domingo, 1 de mayo de 2011

La Vida DE Gabriela Mistral

En el otoño austral de 1889, el 7 de abril, nació la niña Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, quien más tarde sería conocida como Gabriela Mistral, en Vicuña, pequeña población del valle de Elqui, Chile.

Su padre, Juan Gerónimo Godoy Villanueva, había ingresado al seminario por una promesa de sus padres, pero luego de un tiempo se arrepintió de su vocación. Cuando lo comentó a su familia, su madre Doña Isabel no lo perdonó y Jerónimo abandonó el hogar.

Con una sólida formación en Latín, Griego, Filosofía, Literatura Y Teología, se convirtió en maestro rural del pueblo La Unión, donde conoció a la modista y bordadora Petronila Alcayaga Rojas, una mujer con gran atractivo físico, quien era viuda y tenía una hija de 14 años, Emelina. Enamorados, se casaron y la felicidad inicial del matrimonio duró hasta que Jerónimo fue suspendido por acusaciones de poca eficiencia en su labor.

Petronila estaba embarazada y, como a sus 44 años tenía muchos malestares, la familia se trasladó a Vicuña, donde en caso de emergencia contarían con asistencia médica. Cuando nació Gabriela Mistral, Jerónimo, muy emocionado, le escribió unos versos como regalo.

El Profesor Godoy fue restablecido en su cargo y la familia regresó al pueblo La Unión, conocido hoy como Pisco, donde se elabora la bebida nacional chilena del mismo nombre.

Lucila creció en La Unión entre las canciones de cuna que su madre le cantaba para arrullarla, las cuales serían un elemento importantísimo en su poesía, y las ausencias de su padre del domicilio familiar.

Juan Jerónimo Godoy abandonó definitivamente a su familia cuando Lucila tenía apenas tres años, por encontrarse sin trabajo como docente y no poder mantener el hogar. Sin embargo, ella heredó de su padre la vocación literaria y sus admirados ojos verdes.

Su madre era una mujer pequeña, de carácter muy tranquilo y de gran estabilidad. Conversadora interminable, desarrolló una gran comunicación con su hija, quien más tarde recordaba cómo aprendió a conocer el mundo a través de las palabras de su madre.

Petronila Alcayaga decidió dejar La Unión y establecerse con la niña en Montegrande, aldea en la que vivía su otra hija, Emelina, quien ejercía como maestra rural y le llevaba quince años a Lucila. La hija mayor de Petronila asumió el sustento de la familia.

Lucila recibió sus primeras lecciones de su hermana Emelina, quien ejerció gran influencia sobre ella. Aprendió a leer en un mes, pero nunca fue buena para los números. Más tarde entró a la escuela. Era una niña silenciosa y retraída.

Las montañas, los ríos y el canto de los pájaros conformarían su posterior universo poético. Los árboles, las flores, las semillas de fruta, las piedras de formas sugerentes fueron los amigos y juguetes de su infancia rural.

Adolfo Iribarren fue quien enseñó a la inquieta niña Botánica, Biología, Geografía y Astronomía. Los cuentos, fábulas y leyendas de la región, que conoció a través de los relatos de las personas del lugar, completaron su formación.

Lucila abandonó su adorado valle de Elqui para ingresar en la Escuela Superior de Niñas de Vicuña, dirigida por una profesora ciega, llamada Adelaida Olivares. Su madre había acordado que sirviera como lazarillo de la directora.

La experiencia resultó traumática para la niña, pues fue acusada injustamente de haber robado material de papelería, el cual le regalaba su hermana maestra, por lo que sus compañeras la apedrearon. Aunque era inocente, Lucila rehusó defenderse y abandonó la escuela.

A su regreso al hogar familiar, pasó una época sin querer volver a estudiar. Se reencontró con sus juguetes, sus amigos, su valle y la prodigiosa naturaleza del lugar.

La estrechez económica familiar y el aislamiento de la región determinaron que su formación fuera autodidacta, guiada por su interés hacia la lectura y la educación.

Lucila y su familia abandonaron el valle de Elqui y se desplazaron a la población de La Serena, donde la figura de su abuela materna, Isabel Villanueva, cobró especial importancia en su formación, al acercarle al estudio y conocimiento de la Biblia.

Desde La Serena se trasladó la familia a la población costera de Coquimbo, donde la joven vio por primera vez el mar. La playa se convirtió para ella en un nuevo espacio de libertad, en otro paraíso natural de su infancia.

Lucila colaboró en el periódicos locales, utilizando para sus primeros artículos y poemas publicados diferentes seudónimos, como “Alguien”, “Soledad” y “Alma”, los cuales expresaban el carácter solitario, introvertido y romántico de la joven poeta.

Para mantenerse económicamente, se empleaba como ayudante en liceos y a los 15 años comenzó a trabajar como maestra en una escuela del pueblo de La Compañía Baja, cerca de La Serena. A esta profesión consagró toda su vida.

Como maestra destacó bastante rápido. Su entusiasmo, fantasía y facilidad de comunicación con sus alumnos la caracterizaron como poseedora de un don pedagógico.

El periodista Bernardo Ossandón le dio acceso a su magnífica biblioteca personal, lo que fue crucial en la formación de Lucila. En esta época se acercó a autores que ya nunca la abandonarían, como los novelistas rusos, el poeta Federico Mistral y el pensador francés Michel de Montaigne.

A los 16 años postuló, con grandes esfuerzos económicos, en la Escuela Normal de la Serena. Fue rechazada por el Padre Munizaga, debido a que sus escritos le parecieron muy liberados, considerando que las ideas vertidas en sus artículos periodísticos eran ateas y revolucionarias, impropias de una maestra destinada a formar niños.

No obstante, ella continuó dictando clases en la escuela de La Compañía, donde enseñaba a los niños durante el día y a los peones y obreros por la noche y escribió artículos exigiendo el derecho a la educación para las mujeres.

Los habitantes del lugar se encariñaron con la joven maestra. Por turno le llevaban un caballo cada domingo para que ella paseara siempre con uno de ellos. Le regalaban camotes, pepinos, melones y papas. Lucila hacía con ellos el desgrane del maíz, contándoles cuentos rusos y escuchando los suyos.

El 23 de julio de 1908 apareció su primer poema firmado como Gabriela Mistral. Eligió el nombre Gabriela por el poeta italiano Gabrielle D’Annunzio, a quien ella admiraba en esa época y el apellido Mistral por el poeta ganador del Premio Nobel, Federico Mistral, uno de sus escritores favoritos.

Gabriela Mistral fue trasladada a la escuela de La Cantera, en un pueblo de la provincia de Coquimbo. Allí conoció a Romelio Ureta Carvajal, un empleado de Ferrocarriles, tímido y callado, quien fue su primer gran amor y que pronto se convirtió en su novio.

Con el propósito de ganar dinero en las minas, Romelio partió al Norte, prometiéndole a Gabriela que se casarían cuando volviera. Al poco tiempo regresó, pero la relación terminó y ella sufrió la decepción de verse reemplazada por otra mujer

Luego de haber sustraído dinero propiedad del ferrocarril del que era empleado, Romelio Ureta se suicidó. En su chaleco se encontró una tarjeta y una foto de la escritora, por lo que se la consideró causante de esta muerte, lo que siempre negó Gabriela Mistral, pues en aquella época ya no tenían ningún trato.

La noticia sumió a la poeta en un profundo dolor, que expresó en los “Sonetos de la Muerte”. El hecho quedó profundamente marcado en la de vida de Gabriela, que entonces tenía 20 años.

Mientras escribía, rindió examen en la Escuela Normal de Santiago y obtuvo el título de Maestra, tras lo cual comenzó una vida itinerante por diversas escuelas del país, como Barrancas, Traiguén en la Araucana y la región minera de Antofagasta. Mientras estaba en esta última falleció su padre, a los 54 años.

Un nuevo traslado la llevó cerca de la capital, al Liceo de Los Andes. Comenzó para ella una etapa feliz y tranquila, en la que se dedicó plenamente a su labor creadora.

Gabriela Mistral tuvo su primer gran éxito literario a los 25 años, en diciembre de 1914, cuando obtuvo el primer premio en los Juegos Florales de Santiago, el concurso literario más importante del país, con sus “Sonetos de la Muerte”, elegía en la que mostraba su amor hacia Romelio y reclamaba el derecho a poseerlo al menos en la muerte.

La velada de gala se realizó a teatro lleno. Nadie esperaba que una profesora del Liceo de los Andes ganara el primer lugar y todos esperaban su aparición, pero Isauro Santelices representó a Gabriela Mistral, recibiendo el diploma y la medalla de oro.

Ella, por recato, no quiso recogerlo, pero estuvo de incógnita en la galería, escuchando emocionada sus versos ganadores y aplaudiendo junto a la gente.

Más tarde hubo otros amores en la vida de Mistral, como el vivido con el poeta romántico Manuel Magallanes Moure, que se encontraba entre el jurado que la premió en esos Juegos Florales de Santiago y a quien ella dirigió una encendida correspondencia amorosa en la que expresaba su soledad y su dolor.

A partir del reconocimiento obtenido en ese certamen, comenzó en la vida de Gabriela una etapa fecunda y creativa. Contactó con Rubén Darío, quien se encontraba en París, recibiendo del poeta una cálida respuesta que la llenó de alegría: la publicación de un poema y un cuento suyos en la revista que él dirigía, “Elegancias”.

Gracias a la amistad desarrollada entre Gabriela Mistral y el matrimonio conformado por Pedro Aguirre Cerda y Juana Rosa Aguirre, él, como Ministro de Educación, la nombró Directora del Liceo de Niñas de Punta Arenas.

Después de haber trabajado en Traiguén, Antofagasta y Los Andes, en Punta Arenas fue donde se le hizo más difícil su labor. En ese entonces se hablaba sobre la "chilenización de la zona" y Gabriela Mistral participó escribiéndole algunas poesías a Punta Arenas, describiendo el bello pero inhóspito lugar.

Junto a su secretaria, Laura Rodig, plantó árboles en la Plaza y en la Avenida Colón. Gabriela siempre realizaba visitas a cárceles, hospitales y poblaciones cercanas, aconsejándoles y ayudándoles.

Escribió sobre la educación infantil y, entre otros cambios que se propuso, fue lograr vacaciones de invierno para los niños. La labor que desarrolló en su nuevo cargo fue destacada: estableció la escuela nocturna para adultos que no habían podido estudiar, favoreció la creación de bibliotecas y dictó numerosas conferencias.

El paisaje y la indómita naturaleza atraparon a la autora, quien disfrutaba de largos paseos y no cesaba de recoger en su cuaderno el nombre de los pájaros y plantas, así como los cuentos que la gente del lugar le relataba, todo ello materia poética. A la escritora le gustaba todo en Punta Arenas, menos el insoportable frío.

En el invierno de esa ciudad, ubicada en el Estrecho de Magallanes, logró el título de su libro "Desolación". A los 29 años, en sus versos se definía a sí misma como un “témpano”. Su carácter evasivo y a la vez suspicaz, así como también su extremada reserva hacia los asuntos personales, llenaron su vida de misterio.

El 7 de abril de 1919, cuando Gabriela Mistral cumplió treinta años, su secretaria Laura Rodig le obsequió algo muy curioso: cuarenta libretas de tapas firmes y flexibles. Gabriela les fue dando a cada una un destino, escribiendo sobre los ríos de Chile, los pájaros de Chile, yerbas medicinales, etcétera.

En 1920 fue trasladada a Temuco, donde conoció a un adolescente llamado Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, mejor conocido después como Pablo Neruda. Se frecuentaban muy poco, pero eran buenos amigos. Ella le regaló varios libros, por lo general novelas rusas, que ella consideraba como lo más extraordinario de la literatura mundial. Él siempre reconoció la importancia de las enseñanzas que recibió de Gabriela Mistral, a quien recordaba con cariño.

En 1922, Gabriela Mistral fue invitada a México por el filósofo José Vasconcelos, Ministro de Educación, con el fin de participar en los planes de la gran reforma educacional mexicana, así como en la organización y fundación de bibliotecas populares.

A los 33 años, se embarcó en Valparaíso junto a su secretaria y fue recibida en nuestro país por el poeta Jaime Torres Bodet y por la también maestra Palma Guillén, a quien más tarde dedicó su libro “Tala”, como reconocimiento a la profunda amistad que surgió entre las dos. Recibió un cálido homenaje en Chapultepec, donde la esperaban las autoridades y numerosos niños aclamándola.

Gabriela recorrió el México rural y se ganó el cariño de los campesinos, quienes apreciaron su bondad y sencillez. Más tarde, Gabriela diría que en nuestro país tuvo un tiempo de descanso.

A su cooperación, nuestro país respondió con varios homenajes como la denominación de escuelas, calles, estatuas y bibliotecas con el nombre de Gabriela Mistral. Las autoridades educativas también le erigieron un monumento, como reconocimiento a su labor en esos dos años.

En esos años se publicaron “Lecturas para Mujeres” en México, la antología, “Las Mejores Poesías” en Barcelona y “Desolación” en Nueva York. Esta obra estaba dedicada a Pedro Aguirre Cerda, figura esencial en la trayectoria de la poeta, y a su esposa Juana.

Por sus éxitos internacionales, la Universidad de Chile le otorgó el título de Profesora de Castellano.

A los 35 años, la escritora se despidió de México. Los niños desfilaron cantando las canciones de ronda de Mistral y ella agradeció al país por haberla dejado hacer lo que quería.

Después de pasar por Estados Unidos, donde dictó conferencias en diversas universidades, se embarcó por primera vez a Europa. Publicó en Madrid “Ternura”, un volumen dedicado a su madre y a su hermana Emelina, que trata sobre los niños y su mundo.

Visitó otros países europeos y al año siguiente volvió a América. Su barco llegaba a Montevideo y, ya acercándose a las orillas, Mistral observó que la gente comenzaba a agitar pañuelos. Ella pensaba que iba alguien importante en el barco, pero, para su sorpresa, ese recibimiento era para ella. Emocionada, se encerró en su camarote.

Cuando, meses después, el vapor la Oropesa arribó en Punta Arenas, Gabriela Mistral no fue recibida por nadie, sólo por el viento polar. Lo que más deseaba ella era ir a La Serena a ver a su madre. Más tarde, Vicuña la declaró "Hija Predilecta", otorgándole su jubilación como maestra y la pensión correspondiente.

En los años siguientes, participó como representante de Chile en el Instituto de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones en Ginebra, Suiza, lo que le permitió relacionarse con personalidades de la época como Henri Bergson, Madame Curie, Paul Valéry, George Duhamet y François Mauriac, entre otros.

En París conoció a algunos de los intelectuales más relevantes del momento, como Paul Rivet y Miguel de Unamuno, quien en ese momento se encontraba desterrado en la capital francesa

Junto a Alfonso Reyes y Alcides Arguedas, fue nombrada miembro del comité editorial de la Colección de Clásicos Iberoamericanos, organizado con el propósito de dar a conocer a los lectores de habla francesa los escritores hispanoamericanos de más renombre, como Rubén Darío y José Martí.

Por iniciativa del Consejo de la Sociedad de las Naciones aceptó un cargo en el Consejo Administrativo del Instituto Internacional de Cinematografía Educativa, con sede en Roma. Su primer proyecto al frente de este cargo fue la filmación del cuento de Perrault “La Bella Durmiente del Bosque”.

Por ese entonces adoptó a su sobrino Juan Miguel Godoy Mendoza, de cuatro años de edad, al que cariñosamente llamaba Yin Yin. El niño era hijo de su hermanastro Carlos Miguel Godoy y de una maestra española que éste había conocido en la Península, cuando viajó a alistarse como voluntario en la Legión Extranjera. Muerta su madre de tuberculosis, el niño pasó a manos de Gabriela.

A los 40 años, la poeta seguía viviendo en Europa. Representó a Chile en Madrid, en el Congreso de Mujeres Universitarias. En esa ciudad recibió la noticia de la muerte de su madre, Petronila Alcayaga Rojas, en la población de La Serena. Su pérdida sumió a Gabriela Mistral en una profunda tristeza.

Un nuevo revés la golpeó: el gobierno de Chile le retiró su sueldo de maestra y ella se quedó en Italia sin recursos económicos. Paradójicamente, este percance benefició su obra, que se incrementó notablemente al verse obligada a mantenerse dictando conferencias y publicando artículos en periódicos y revistas.

Gabriela Mistral viajó a Estados Unidos en 1930, invitada por la Universidad de Columbia. A lo largo de un semestre dictó cursos de Literatura e Historia Hispanoamericana y llevó a cabo actividades pedagógicas, como seminarios para la secundaria.

Después viajó a Puerto Rico, República Dominicana, Cuba, Panamá, El Salvador, Costa Rica y Guatemala, donde continuó con cátedras sobre Literatura, siendo recibida con honores por las universidades y la intelectualidad de los distintos países.

En 1932 el gobierno de Chile otorgó a la escritora un cargo consular, siendo la primera mujer que disfrutó de un puesto diplomático. Si bien no era de los más altos, el salario le permitió vivir dignamente y resolver sus preocupaciones económicas.

Fue destacada a Nápoles, donde no pudo desempeñar sus funciones por impedírselo el gobierno de Mussolini, que confinó a la poeta en arresto domiciliario en Roma, tras lo cual el gobierno chileno destacó a Gabriela Mistral en Madrid.

En forma paralela a su carrera consular, trabajaba como colaboradora en el periódico “El Mercurio” de Santiago, “Crítica” de Buenos Aires, “El Tiempo” de Bogotá, “El Universal” de Caracas y en el “Puerto Rico Ilustrado”.

Por su importante cooperación en actividades culturales y su gran desempeño consular, en 1935 se le designó cónsul con carácter vitalicio, al aprobar el Congreso una ley especial, gracias a una iniciativa promovida por un grupo de intelectuales europeos, entre los que se encontraban Miguel de Unamuno, Romain Rolland, Ramiro de Maeztu y Maurice Maeterlinck, entre otros.

Desavenencias surgidas con los intelectuales españoles la llevaron a abandonar pronto el país y a establecerse en Lisboa. En 1936 estalló la guerra civil española, acontecimiento que la golpeó profundamente. Su vinculación con el Comité de Cooperación Intelectual le permitió prestar ayuda a los profesores españoles que habían dejado el país, huyendo de la guerra.

Dos años después publicó “Tala”, su tercer poemario. Se trata de un nombre alegórico que simboliza la cosecha, unos poemas que están esperando a ser recolectados. Mistral destinó los derechos de autor a instituciones que albergaron a los niños españoles víctimas de la guerra civil.

Viajó a Oporto y después a Guatemala como encargada de negocios y cónsul general. Después recorrió Uruguay y Argentina, permaneciendo una temporada en Buenos Aires, invitada por su amiga Victoria Ocampo.

Luego de trece años sin pisar suelo chileno, regresó a su país, donde fue recibida calurosamente y homenajeada por las principales instituciones y por la intelectualidad de Chile. Tuvo la oportunidad de visitar nuevamente su adorado valle de Elqui y el reencuentro con los paisajes de su infancia resultó muy emotivo.

En el acto oficial salió a leer un joven profesor de Matemáticas del Liceo, Nicanor Parra, a quien Gabriela Mistral reconoció como un verdadero poeta, ya formado.

Entre 1940 y 1941 continuó con su trabajo consular. Para huir de la Segunda Guerra Mundial, solicitó ser trasladada a Brasil, a donde viajó con su sobrino Yin Yin.

Estuvo en Niterol y Petrópolis, ciudad en la que entabló contacto con el escritor judío de origen austríaco Stefan Zweig y su esposa, quienes, huyendo de los horrores de la guerra y de la persecución nazi, se habían refugiado en el país sudamericano. Las visitas de la escritora al matrimonio Zweig eran frecuentes y nació entre ellos una profunda amistad.

En 1942, ante la amenaza inminente de ser entregados a los nazis, Stefan Zweig y su mujer se suicidaron, lo que constituyó un tremendo golpe para Gabriela. Fruto de este dolor fue el artículo “La muerte de Stefan Zweig”, en el que la poeta recordó la última conversación que mantuvo con el escritor austríaco y realizó una semblanza del personaje

Al año siguiente, el 14 de agosto de 1943, la muerte volvió a sacudir los pilares de la existencia de Gabriela Mistral. Su sobrino Yin Yin, a quien consideraba un verdadero hijo y quien siempre viajaba a su lado, se suicidó con arsénico a los 17 años. Fue su peor tragedia, pero la poesía volvió a ser el cauce en el que pudo verter su dolor.

El 15 de noviembre de 1945, cuando la mujer no votaba aún en su país, Gabriela Mistral, de 56 años, se convirtió en la primera escritora latinoamericana en ser galardonada con el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca hizo el anuncio: “por su poesía lírica que, inspirada por emociones poderosas, ha convertido su nombre en un símbolo de las aspiraciones idealísticas de todo el mundo latinoamericano”.

Gabriela se encontraba entonces en la ciudad de Petrópolis. La noticia, que conoció por el embajador sueco en Brasil, no fue recibida con tanta alegría, ya que aún se encontraba afectada por el gran dolor de haber perdido a Yin Yin dos años antes.

Tres días después, Gabriela Mistral partió a Estocolmo para recibir el premio. No se encontraba bien de salud, pero hizo un gran esfuerzo para llegar en buenas condiciones a la ceremonia, donde fue recibida por funcionarios suecos y diplomáticos chilenos.

El 10 de diciembre de 1945 recibió el premio de manos del Rey Gustavo Quinto de Suecia, en el Palacio de los Conciertos de Estocolmo. Fue la primera vez que un escritor latinoamericano fue reconocido con tan alta distinción.

Gabriela Mistral continuó con sus labores consulares. En Estados Unidos asumió el Consulado de Los Ángeles y con el dinero del Premio Nobel se compró una casa Santa Bárbara.

Continuaron los homenajes. En París se le otorgó el grado correspondiente a la Legión de Honor. En Italia se le otorgó el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Florencia y recibió el mismo título del Mills College en Oakland, California. Nueva Orleans la declaró "Hija ilustre de la ciudad".

La escritora residió en California, donde gozaba de paz y soledad para proseguir su creación poética. Trabó una sólida y profunda amistad con el escritor alemán Thomas Mann, quien cuando dejó Estados Unidos para regresar a Alemania cedió a su secretaria, Doris Dana, a la escritora chilena. Desde entonces, Doris acompañó a la escritora hasta el final de sus días.

En 1948 partió rumbo a México, para desempeñarse como cónsul. Vivió en Veracruz, donde recibió las visitas de viejos y entrañables amigos como Palma Guillén y el humanista Alfonso Reyes.

Su salud comenzó a deteriorarse, pero fue destinada una vez más a Nápoles, para ocupar el consulado de su país en esa ciudad.

Se le distinguió con el Premio Nacional de Literatura de Chile, cuya dotación destinó a una biblioteca para los niños del valle de Elqui. Los problemas de salud persistían, la diabetes afectaba su capacidad visual y su cansado corazón comenzaba a resentirse.

Visitó su ciudad natal, donde se encontró con su gente. Se le organizó un homenaje oficial y publicó “Lagar”, única obra cuya primera edición fue editada en Chile y en 1956 volvió a Nueva York.

Participó en el que sería su último acto público: el encuentro de la Unión Panamericana en Washington. Los médicos diagnosticaron a Gabriela cáncer de páncreas y el gobierno chileno aprobó conceder a la poeta una pensión vitalicia.

El estado de salud de la poeta empeoró gravemente. Tras ser internada en el hospital General de Hampstead, comenzó una agonía de varios días. Murió en la madrugada del jueves 10 de enero de 1957, mientras la ciudad de Nueva York era cubierta por un espeso manto de nieve.

Tras conocer la noticia de su fallecimiento, la ONU interrumpió la sesión que estaba celebrando, para rendir tributo a la memoria de esta gran poeta. Los homenajes se sucedieron por todo el mundo, honrando a su persona y su obra.

Desde Estados Unidos, su cadáver fue transportado en un avión de la Fuerza Aérea a Perú y allí pasó a un avión de Chile para regresar a su Patria. Se decretaron tres días de luto oficial y multitud de personas le rindieron el último homenaje.

La Universidad de Chile la acogió y en su Salón de Honor fue el velatorio. Todo su pueblo fue a rendirle honores. Era una cola interminable de gente que quería verla por última vez.

Gabriela fue enterrada en el Cementerio General de Santiago con el hábito de San Francisco, según su deseo, mientras se construía su panteón. Tres años después, cumpliendo la voluntad expresada en su testamento, sus restos fueron trasladados al pueblo de Montegrande, donde yacen actualmente.

En su testamento legó los derechos de sus obras publicadas en el hemisferio Sur a los niños pobres de Montegrande, los relativos a las obras publicadas en el hemisferio Norte a Doris Dana y a Palma Guillén, quien a su vez los legó a los niños pobres de Montegrande.

Entre las principales obras de Gabriela Mistral están: “Sonetos de la Muerte”, “Desolación”, “Lecturas para Mujeres”, “Ternura”, “Nubes Blancas y Breve Descripción de Chile”, “Tala”, “Antología”, “Lagar”, “Recados Contando a Chile” y la obra póstuma “Poemas de Chile”, publicada diez años después de su muerte.

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