miércoles, 14 de agosto de 2013

Derrota de los Ingleses en 1625

1625. Lo de los validos pelotas no es sólo cosa española, y así, el duque de Buckingham alentó al rey Carlos I de Inglaterra a aliarse con las provincias de los Países Bajos para romper la llamada Pax Hispánica y empezar una broma que duró Treinta Años. Con esa pretensión absurda de que son mejor en la mar, se lanzaron al asedio y conquista de Cádiz (como principio para darnos en lo que era la puerta de nuestras provincias del otro hemisferio) con unas fuerzas de 90 barcos y 10.000 soldados de infantería. Nuestro duque de Medina Sidonia y el gobernador de Cádiz, Fernando Girón, con la mitad de hombres, no sólo repelieron el desembarco, sino que causaron gran mortandad entre los atacantes, dejando en el fondo del mar no menos de 30 navíos enemigos. Un descalabro que les hizo pensar que mejor les salía a cuenta luchar contra los franceses de un tal Richelieu.
4.- 1704. Tiene gracia que la que podamos considerar, pérdida y victoria en este caso inglesa, no ya fuera de nuevo apoyada por los holandeses (cada vez me está sentando mejor recordar el gol de Iniesta), sino por otros españoles enfrentados por cuestiones dinásticas. Pues en esa Guerra de Sucesión entre austracistas y borbónicos, al final todos perdimos. Y en esa, fue cuando perdimos Gibraltar. Nos quedamos mancos de una de las hercúleas columnas de nuestro blasón. Diego de Salinas, gobernador de la ciudad, apenas contaba con un centenar de hombres de armas, y viejos cañones de la época del emperador Carlos. El almirante Rooke, contaba con más de 4.000 para desembarcar y tomar la que se empecinó en ser fiel a Felipe V. La imposible defensa se intentó, no sin algún éxito para los defensores; pero viendo el gobernador el problema de las grandes bajas que se podían producir a mujeres y niños en una plaza indefendible con los medios que contaba, parlamentó con dignidad, saliendo finalmente habitantes y soldados, con armas y banderas, y con el pendón de la ciudad flameando al ritmo del parche de los tambores. Perdiose el Peñón, pero no el honor.

Los Ingleses Toman cadiz en 1589

1589. Tras el cisma, y que la hereje Isabel I desdeñara casamiento no ya con Felipe II que, por cierto, fue rey de Inglaterra con todas las de la ley antes que de España, sino hasta con el apuesto Jeromín; tras la pesadez del pirata Drake de darse vueltas por nuestro litoral, ora por Cádiz, ora por Lisboa; y tras el fallido ataque de nuestra Armada (aquella que los anglos, luego y para mayor gloria propia, llamaran Invencible) y no por haber perdido en lucha que nunca fue realmente, resulta que se ponen gallos y nos hacen una contraamada, que pocos de ellos quieren recordar, pues al glorioso sir Francis Drake se le dio la del pulpo. Especialmente en A Coruña (que lo hacen muy bueno), donde de nuevo una mujer se convierte en heroína, como lo fue María Pita, que con su grito "quien tenga honra, que me siga" mató al alférez inglés que creyó que lograría plantar su pendón en la invicta ciudad. De tal exitosa campaña, los ingleses perdieron 40 navíos, lo que permitió que recuperáramos de nuevo nuestra supremacía naval.

Durante treinta años. Isabel I de Inglaterra y Felipe II de España, habían sido enemigos implacables, pero siempre aparentando una normalidad en su relaciones. El rey de España soñaba con su política misional de restablecer el catolicismo en Inglaterra y por ello alimentaba de todas las formas inimaginables a los católicos ingleses, pero siempre con el ojo puesto en su enemigo tradicional, Francia y con el temor de perder a la poderosa Inglaterra, su aliado en otros tiempos. Isabel por su parte tenía un enorme respeto por el poder militar español y por consiguiente temía una alianza de España con los irlandeses, que siempre buscaban las mil maneras de emanciparse de Inglaterra.
Otra de sus pretensiones era que los españoles estuvieran lejos de los Países Bajos, a los que ella consideraba “un puñal apuntando al corazón de Inglaterra” y por ello no dejaba de ayudar a “los mendigos del mar” holandeses.
 
 
(Retrato de Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz. Nunca se podrá saber que hubiera pasado si este insigne marino hubiera podido comandar la Invencible.)
Hasta que el rey Felipe (1) se decidió a enviar una poderosa flota, dotada de muchos y magníficos navíos, que llamada “la Invencible” , nombre que luego prevaleció un cierto sentido del humor, después de la derrota. El 30 de enero de 1588, moría Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, en quien en un principio se había pensado para comandar la armada y el rey confió el mando de la misma a un gran señor andaluz: Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, VII duque de Medina Sidonia. El mismo duque que había declarado, que no era hombre de mar, ni de guerra.
 
 
.(Retrato de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, en el palacio de Medina-Sidonia.)
 
Acostumbrado el marqués de Santa Cruz, a las tácticas mediterráneas de los grandes navíos, el también hubiera tenido dificultad en la navegación en el mar del Norte y en la manera de combatir de los ingleses, pero no cabía ninguna duda que su gran capacidad de mando como marino y gran capitán, seguramente le hubieran hecho sortear estas dificultades. Medina Sidonia no conocía táctica militar ninguna, no era un guerrero. Su lealtad al rey estaba fuera de toda duda, pero no soportaba personajes excesivos, como Juan de Austria, el duque de Alba y el mismo Santa Cruz lo veía como un dócil instrumento que nunca ponía trabas a sus planes.
 
 
(Bandera de la Armada Invencible)
 
 
LA ARMADA INVENCIBLE.
 
 
 (Acción decisiva en Calais, el ataque a medianoche por ocho brulotes ingleses que obligaron a los españoles a reducir sus cables y escapar hacía el Este.)
 
La Armada estaba compuesta por 137 buques de guerra y 25.696 soldados aparte los Tercios del duque de Parma, Alejandro Farnesio, que se les unirían más tarde , partió de Lisboa el 20 de mayo de 1588. Después de una navegación muy problemática tuvieron el primer contacto con la flota inglesa de lord Charles Howard, primer conde de Nottingham, el día 21 de julio. La superioridad de los marinos ingleses , tanto en maniobralidad como en táctica artillera , en su propio mar ,hizo que la Armada se refugiara en Calais, donde Medina Sidonia pidió al duque de Parma que se embarcara, pero Alejandro Farnesio se negó, debido a la inestabilidad del mar. Realmente no hubo un combate entre ingleses y españoles en el estrecho, sino un desgaste continuo de “la Invencible”, acosada por los ingleses, que rehuían el combate y dispersada por la furia marina, que las fortalezas flotantes hispanas eran incapaces de eludir. La retirada se imponía y ello llevó a uno de los mayores desastres navales de la Historia. Muchos buques de estrellaron contra las costas de Escocia, Irlanda e Inglaterra y millares de hombres se ahogaron y tampoco se tuvo piedad de los supervivientes. Solo 60 navíos y unos 10.000 hombres(5.000 según los ingleses) lograron retornar a las costas españolas.
 
 
(El Santa María de la Rosa naufragó en Blasket Cove, en el sudoeste de Irlanda. Solo se salvó un marino del naufragio, un marino italiano llamado Giovanni que fue interrogado por los oficiales ingleses y ahorcado.(2)
 
 
(Lord Charles Howard , primer conde de Nottingham y Lord High Admiral of England , comandante de la flota inglesa. National Maritime Museum de London.)
 
En la Inglaterra de Isabel I no se apercibieron de su victoria, según los historiadores, ya que la catástrofe fue fragmentaria y dispersa y no se pudo calcular la magnitud de la misma , en ese momento, ya los ingleses temían que los navíos españoles hubieran encontrado un puerto de refugio seguro en España. Hasta el abril de 1589, la reina Isabel no se dio cuenta de la ruina de “la Invencible” y el 13 de ese mismo mes , zarpaba de Plymouth, la mayor armada , formada en mucho tiempo ,  por los ingleses , (costeada la expedición el propio  tesoro real , además de la inestimable ayuda de comerciantes, nobles y del gobierno holandés). Esta Armada estaba compuesta entre 170/200 barcos y 27,667 hombres, otras fuentes la cuantifican en 180 barcos y 23.375 hombres, superando en todo a nuestra “Invencible” ; 137 barcos y 25.696 hombres , comandada por Sir Francis Drake, como almirante y Sir John Norreys, como general encargado de las tropas de desembarco.
 
 
(Combate , en aguas del Canal, entre la “Invencible” y los ingleses. Cuadro atribuido a Aert van Antum , Museo Marítimo Nacional de Londres. En esta obra se aprecia la táctica empleada por los ingleses, que consistía en lanzar brulotes contra las naves españolas, a los que comunicaban el fuego y el consiguiente desorden.)
 
Pero esta Armada tenía dos puntos débiles, solo 2.000 de sus soldados eran veteranos y el resto no tenían ninguna experiencia militar e Inglaterra tampoco la poseía para acometer una empresa de estas  características, ni disponía de una logística adecuada , ya que los suministros se preveían insuficientes desde el primer momento. Aparte de esto no disponía tampoco de mandos adecuados para esta expedición, ya que sir Francis Drake no era un comandante de grandes flotas, sino un corsario(Drake se supo atribuir el mérito de la destrucción de la Invencible , en detrimento de Howard, lo cual fue muy criticado por sus compañeros).
 
 
(Un barco holandés zarpa del puerto para ir a reforzar la Armada inglesa.)
 
Desde un primer momento afloraron los problemas, los aliados holandeses no contribuyeron con todos los barcos prometidos , a lo que se sumaron las deserciones de 2.000 hombres en unas  20 naves,  además las condiciones atmosféricas retrasaron la partida de la Armada. Drake dividió la Armada en cinco escuadrones, comandados por el mismo , desde el “Revenge” : Norreys y su hermano Edward , mandaban sendos escuadrones, Thomas Fenner y Roger Williams, el resto.
 
(Embarcaciones inglesas del siglo XVI. Galeón. Embarcación capitana de la armada inglesa en la batalla naval contra los españoles en 1588. Rambargo. Especie de galera de poco porte sin postizos y con reducto en la proa.

Contra los designios reales, la Armada se dirigió contra La Coruña, en lugar de hacerlo contra Santander, uno de los puertos donde se reparaban los navíos de “la Invencible”, debido a la presión de los armadores ingleses a Drake y Norreys para obviar uno de los principales objetivos de la Armada ; destruir el resto de “la Invencible” e ir contra Lisboa. Los armadores ingleses, querían grandes beneficios y previsiblemente con el saqueo del puerto cántabro, no verían satisfechas sus expectativas, ya que ellos tenían los ojos puestos en saquear la riquísima Lisboa. De todos modos, Drake y Norreys no quisieron saltarse las órdenes reales en su totalidad y buscaron un objetivo intermedio que era el puerto gallego, que según unas informaciones disponía de un tesoro de millones de ducados y después zarpar contra la capital lusa.
Tanto en La Coruña como en San Sebastián había fondeado barcos de “la Invencible” para su reparación, así también esta parte del mandato regio sería obedecida y así con las naves repletas se marcharía contra Lisboa, capital del país recientemente incorporado al Imperio español , ya que contaban con el apoyo de uno de los pretendientes al trono portugués Antonio, prior de Crato, que había prometido a Isabel, que con su sola presencía, sublevaría a sus partidarios contra los españoles y con ello Inglaterra pasaría a ser aliada de la Portugal reconquistada y posteriormente se adueñaría de alguna de las Azores, en el Atlántico y desde allí pondrían en jaque los convoyes españoles.
 

Cosme Churruca Nació en motrico

Infancia y juventud

Para hallar el origen de este marino, es necesario viajar hasta un municipio de Guipúzcoa, donde vino al mundo hace más de 250 años. «Churruca nació en Motrico, una pequeña localidad vasca, el 27 de septiembre de 1761», afirma Jose Luis Corral, autor del libro «Trafalgar».
De familia reconocida (su padre era el alcalde de Motrico), Churruca sintió desde pequeño una fuerte atracción por el mar. Sin embargo, parece que primero recibió la llamada de la fe, pues llegó a iniciar con pocos años estudios eclesiásticos con la firme intención de ordenarse sacerdote.
«Estudió en el seminario de Burgos, aunque eso era habitual en muchos jóvenes, pues no había demasiadas posibilidades. Pero, al final, dejó el camino del sacerdocio cuando un amigo le habló de la mar y de las aventuras que allí se podían correr», añade el escritor.
Tras poner fin a sus estudios, un joven Churruca de 15 años se enroló en la Compañía de Guardias Marinas de El Ferrol para consolidar su formación naval. Allí destacó entre el resto de sus compañeros hasta que se graduó en 1778. Una vez licenciado, recibió un ascenso como premio a su precocidad. A su vez, ese mismo año comenzaría su carrera marítima a bordo del navío «San Vicente».

Primera acción naval

Después de navegar como aprendiz en varios barcos, Churruca llevó a cabo su primera acción de guerra en 1781, año en que se vería las caras por primera vez contra los ingleses. «“Aprovechando” la derrota de Inglaterra en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, España llevó a cabo algunas acciones para intentar recuperar Gibraltar, como el asedio de diciembre de 1781, en el que Churruca participó», señala el experto.
Churruca, el español que murió combatiendo contra seis navíos en Trafalgar
MUSEO NAVAL
Imagen de Churruca
Pero, finalmente la Armada Española no consiguió su objetivo y cayó derrotada. «El ataque fue infructuoso ante la potencia de fuego de las baterías inglesas ubicadas en la Roca», señala Corral, que determina a su vez que Churruca arriesgó su propia vida para salvar a multitud de heridos.

Expediciones al fin del mundo

Varios años después, en 1788, el español inició una expedición científica con los paquebotes «Santa Casilda» y «Santa Eulalia». Concretamente, se embarcó en el segundo viaje que partía hacia el extremo meridional de Sudamérica para investigar el Estrecho de Magallanes. De esta forma, y como determina Corral, hizo valer sus conocimientos en «geogafía, cartografía náutica, y astronomía -estos últimos imprescindibles para los marinos-».
«Estudió el estrecho de Magallanes en 1788 bajo las órdenes del capitán de navío Antonio de Córdova, y con su amigo Ciriaco Cevallos. Churruca fue el encargado de la cartografía del estrecho y de las observaciones astronómicas en esa zona austral», determina el historiador.
Desgraciadamente, una cruel dolencia atacó al guipuzcoano tras sus primeras misiones. «Sufrió de escorbuto, enfermedad muy frecuente entre los marinos, y le propinó secuelas durante toda su vida», determina el historiador.
Pero nada podía detener a este vasco español y a sus ansias de aventuras. Por ello, en 1792 se embarcó como capitán en una expedición dirigida por José de Mazarredo. El objetivo, en este caso, era llevar a cabo una serie de estudios hidrográficos para la reforma del atlas marino de la América septentrional, los cuales fueron ampliamente utilizado en Europa. Tal fue su reconocimiento que recibió el título de Capitán de Navío a su vuelta en 1794 (más de dos años después de su partida).

Gran Bretaña, la obsesión de Napoleón

Tras haber recorrido medio mundo, el marino vasco eligió retomar la vida militar. Por ello, en 1799 partió a bordo del navío de línea «Conquistador» hacia la ciudad francesa de Brest por órdenes del Primer Cónsul Napoleón. Y es que, en aquellos años España era una gran aliada de Francia, cuya obsesión era acabar con la potencia y el dominio de Gran Bretaña en el mar.
Para ello, Napoleón se valdría de la potencia naval española, en aquellos años de las más destacadas a nivel internacional. «España era una nación títere de Francia, que anhelaba sumar al suyo el poder naval de España, y sus navíos de guerra», determina Corral.
Enviar una flota a esta población del norte de Francia era clave para Napoleón, pues pretendía rodear Inglaterra para, llegado el momento, darle el golpe definitivo con un ataque a gran escala. Esto provocó que varios capitanes españoles, entre ellos Churruca, se mantuvieran en Brest hasta el año 1802. A pesar de todo, su trabajo no fue en balde, pues tal era el agradecimiento del «pequeño corso» que regaló al marino un sable y dos pistolas de presentación, todo un honor para la época.
Ya en España, el español se volvería a hacer famoso al escribir un tratado de puntería para la artillería de Marina. Después de publicar este «best seller», Churruca solicitó el mando del navío de línea «San Juan Nepomuceno», a bordo del que viviría sus últimas horas de la forma más heroica que se puede imaginar.

Trafalgar, la contienda que cambió la historia

Churruca, el español que murió combatiendo contra seis navíos en Trafalgar
MUSEO NAVAL
Cosme Damián Churruca
El verdadero reto de Churruca llegó cuando fue llamado a combatir en la contienda naval que cambiaría la historia de España: la batalla de Trafalgar. Esta, se produjo cuando la armada británica cercó a la flota formada por buques españoles y franceses cerca del cabo Trafalgar (en Cádiz). Definitivamente, había llegado la hora de saber quién daría un paso adelante en la larga guerra entre el «pequeño corso» y la «pérfida Albión».
«En la guerra entre Inglaterra y la alianza Francia-España era muy importante el control del estrecho de Gibraltar. Napoleón había decretado el cierre de todos los puertos del continente europeo a los navíos ingleses, que tenían en Gibraltar su gran base para sus naves en el Mediterráneo. La batalla de Trafalgar fue, por así decirlo, la batalla por el control del Estrecho y, por tanto, del Mediterráneo», sentencia Corral.

A los buques

Aquel 21 de octubre de 1805, frente a las costas gaditanas, se sucedería una de las batallas navales más grandes de la Historia. «La Armada combinada hispano-francesa estaba formada por 33 navíos (15 españoles y 18 franceses) y la inglesa por 27; además de naves de menor porte, como varias fragatas, bergantines y corbetas por ambos lados», explica el historiador.
En cambio, la victoria se planteaba dificultosa para los españoles y franceses, pues eran conocedores de lo bien pertrechada que estaba la flota británica y sabían quién estaba a su mando: el archiconocido Nelson, un estratega que había ofrecido a su país decenas de victorias.
«La armada inglesa la mandaban los vicealmirantes Horacio Nelson (fue nombrado almirante después de muerto) y Cuthbert Collingwood, como segundo. La flota combinada, por su parte, la mandaba el almirante francés Villeneuve, y su segundo el contraalmirante Dumanoir», determina el experto.

La batalla para Churruca

A bordo del «San Juan Nepomuceno», Churruca se preparó para la batalla sabiendo de antemano la ardua tarea que le esperaba, pero sin perder el valor en ningún momento. Tal era su determinación que, un día antes de entrar en combate, envió una carta a su hermano en la que se despedía diciendo: «Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto». No había duda, para el marino era la victoria o la defunción.
Churruca, el español que murió combatiendo contra seis navíos en Trafalgar
Batalla de Trafalgar
El día 21 comenzó la contienda. Pero, para desgracia de Churruca, al mando de la flota hispano-francesa se encontraba Villeneuve, quien hizo uso de unas estrategias despreciadas en todo momento por el vasco. «Para empezar, Churruca obedeció las órdenes de Villeneuve de salir de la seguridad del puerto de Cádiz, en contra de su opinión, pues sabía que la flota inglesa estaba mucho mejor preparada», explica Corral.
Ya en batalla, Villeneuve ordenó a su flota formar una extensa hilera para «cañonear» a los navíos enemigos. «La armada combinada formó una línea demasiado alargada, y viró sin sentido; la armada inglesa se lanzó en punta de flecha al centro de la formación para romper la línea y fraccionar en dos la escuadra hispano-francesa, ganando así una enorme superioridad», sentencia el experto.
Desde el comienzo, la contienda había dado un vuelco a favor inglés debido a la precaria estrategia de Villeneuve. Y es que, muchos de los barcos aliados se enfrentaron en clara inferioridad numérica a los británicos mientras algunos de sus compañeros todavía no habían entrado en combate. Precisamente eso le sucedió al «San Juan Nepomuceno» de Churruca, al que la ruptura de la línea le obligó a combatir contra nada menos que seis navíos británicos a los que puso en serios aprietos gracias a su habilidad.

La muerte de un héroe

Pero, finalmente, el destino fue cruel con el vasco pues, mientras dirigía el combate desde el puesto de mando, una bala de cañón le arrancó la pierna derecha por debajo de la rodilla, según afirma Emilio Aléman de la Escosura, director de la Fundación del Museo Naval.
Sin embargo, ni siquiera una herida tan grave pudo inmovilizar a Churruca, que se mantuvo en su puesto e, incluso, arengó a sus soldados para seguir combatiendo a pesar de que la derrota era segura. «Además, se dice que al perder la piernas y no poder mantenerse en pie ordenó que trajeran un cubo con harina (o con arena en otras versiones) y allí metió el muñón para mantener la estabilidad», explica Corral.
Al final, y para desgracia de sus marineros, Churruca acabó muriendo desangrado. De él se dice que no se quejó en ningún momento y se mantuvo estoico hasta el final. De hecho, ordenó clavar la bandera de su barco para que no fuera arriada tras el abordaje inglés. A su vez, dio órdenes antes de fallecer de que nadie se rindiera mientras en su cuerpo hubiera un leve aliento de vida.
Pero de poco le valió, pues, cuando se disipó el humo de los disparos, no había duda: los españoles habían sido derrotados y muchos de sus buques capturados. Los ingleses habían vencido en Trafalgar.

Obstinado tras la muerte

Finalmente, el marino de Motrico protagonizó una curiosa anécdota incluso después de muerto. Esta se produjo cuando los seis capitanes ingleses pidieron al oficial de mayor rango del «San Juan Nepomuceno» que entregara, como era tradicional, la espada del capitán vencido a aquel de ellos que hubiera derrotado a Churruca. En ese momento, y para sorpresa de todos, el español les dijo que, entonces, deberían partir el arma en seis trozos pues, de haber atacado uno a uno, no habrían vencido al vasco nunca.
«Con su muerte, España perdió uno de los mejores marinos de la época, probablemente el más preparado y el único que tenía conocimientos geográficos comparables a los de los mejores marinos ingleses o franceses», añade el historiador.

3 Preguntas a Jose Luis Corral


Cosme Damian Churruca Muere en la Batalla de Trafalgar

Día 15/07/2013 - 12.20h

Cuenta la leyenda que, después de que un cañonazo le volara la pierna, el brigadier metió el muñón en un cubo de harina para mantener el equilibrio y poder seguir luchando

Churruca, el español que murió combatiendo contra seis navíos en Trafalgar
MUSEO NAVAL
Cosme Damián Churruca junto a una representación de la batalal de Trafalgar
Centenares de marinos han pisado la cubierta de los navíos españoles a lo largo de la historia. Sin embargo, pocos han estado a la altura de Cosme Damián Churruca y Elorza, un brigadier vasco que, además de ser un reconocido científico y militar que estuvo 30 años al servicio de la Armada, murió como un héroe en Trafalgar combatiendo contra seis navíos ingleses a la vez.
Y es que, aunque la batalla de Trafalgar supuso una de las mayores derrotas que se recuerdan de la Armada española, también grabó a fuego varios nombres propios en la historia militar de nuestro país. No obstante, algunos como el de Churruca se han ido desdibujando y olvidando a lo largo de los años.
A pesar de todo, hazañas como seguir en su puesto cuando una bala de cañón le arrancó la pierna o pedir un barril de harina en el que meter el muñón para evitar desangrarse y continuar combatiendo, siguen honrando a este guipuzcoano una vez muerto.

domingo, 4 de agosto de 2013

Hernán Cortes Febrero de 1519

  • Cuba, febrero de 1519. Un hombre culmina a toda prisa los preparativos de una gran expedición. Lo que se le ha encomendado es poca cosa: reconocer la costa del Yucatán, en lo que hoy es México, y comerciar con los nativos. Pero ese hombre aspira a más. Ese hombre aspira a la gloria. Ese hombre se llama Hernán Cortés.
  • La flota que precipitadamente se alinea en Santiago de Cuba es impresionante. Once barcos, 109 marineros, 508 soldados, 32 ballesteros, 13 escopeteros, 16 jinetes, 200 indios de servicio, algunos negros… Los barcos transportan también una importante cantidad de caballos y perros. Y una buena panoplia artillera: 10 cañones de bronce y 4 falconetes.
    ¿Para qué semejante despliegue? El gobernador de la isla, Velázquez, no le ha encargado más que un mero reconocimiento del litoral y ensayar algún comercio con los indígenas. Pero Cortés ha oído hablar de los tesoros de la región y de las grandes ciudades que esas selvas esconden, y quiere conquistarlas. Por desgracia para el aventurero, Velázquez se entera: no es eso lo que él le ha mandado. Desconfía de Cortés. Planea quitarle el mando. Por eso nuestro hombre se apresura: hay que partir antes de que llegue la contraorden del gobernador.
    Hernán Cortés ya ha salido en nuestro relato: es ese extremeño que llegó a Cuba escoltando a Diego Velázquez e inmediatamente se hizo cargo de labores administrativas. Había nacido en Medellín en 1485, hijo de hidalgos pobres. A los 14 años le mandaron a estudiar a Salamanca. Dos años después aparece de nuevo en Medellín y se dedica a la “vida alegre”. Cuando se entera de que la Corona prepara una gran expedición a las Indias –era la de Ovando- corre a enrolarse, pero en los días previos se enamora de una dama casada, se decide a rondarla, sube a los muros de la casa de su amada, se cae de la tapia y se pega tal golpe que queda fuera de combate. Cuando se recupera, viaja a Valencia para alistarse en las tropas que van a Italia, con el Gran Capitán, pero tampoco llega a tiempo. Sólo en 1504 logra entrar en una de las expediciones a las Indias. Desembarca en La Española y allí conoce a su mentor: Diego Velázquez.
    Cortés estuvo con Velázquez en la campaña de pacificación de La Española. Gracias a eso obtuvo una encomienda y pudo hacer una cierta fortuna. Supo ganarse la confianza de las autoridades locales, empezando por el propio Velázquez, que le aupó para ser escribano del ayuntamiento de Azúa. Después llegó Diego Colón y entre sus primeras decisiones estuvo la conquista de Cuba. La operación la dirigió Velázquez en calidad de gobernador y llevó consigo a Cortés. Cuando aparecieron por Cuba los primeros colonos, entre ellos vinieron dos hermanas que harían historia: María y Catalina Juárez. Velázquez se casó con María; Cortés, con Catalina. Sólida alianza. Los encomenderos de Cuba quisieron derrocar a Velázquez por un supuesto fraude a la Hacienda real, y Cortés se las arregló para proteger a Velázquez sin enemistarse con los demás. Cinco años después de su llegada a las Indias, Hernán se había convertido en la mano derecha del gobernador. Y un hombre rico.
    Hasta este momento, nada en Cortés, dedicado a labores administrativas en Cuba, anunciaba al futuro conquistador de México. De hecho, cuando Velázquez planeó dar el salto al Yucatán, ni siquiera pensó en su concuñado. Otros fueron los encargados de la misión: Francisco Hernández de Córdoba, primero, y Juan de Grijalva después. Hernández de Córdoba era uno de los pioneros de Cuba. Y era, además, muy rico. Cosa que conviene subrayar porque, en general, estas expediciones funcionaban como empresas privadas: el capitán ponía su dinero, armaba a la hueste y, a cambio, sabía que obtendría una buena porción (el “rescate”, se llamaba) del botín obtenido en las tierras descubiertas. Hernández de Córdoba, pues, fue el primero en ir a Yucatán. Era 1517. Y lo que descubrió iba a alimentar muchas esperanzas.
    Los precursores¿Qué descubrió el explorador? “Casas de cal y canto”. Es decir, una cultura avanzada, capaz de levantar construcciones de piedra. Hasta entonces los españoles sólo habían encontrado tribus primitivas que vivían en chozas de palma. Pero lo del Yucatán era otra cosa: sociedades jerarquizadas y complejas, con castas diferenciadas de sacerdotes y guerreros, caminos trazados con inteligencia y poblaciones habitadas por auténticas multitudes. Y además, oro.
    El siguiente en intentarlo fue Juan de Grijalva, otro pionero de La Española y de Cuba. Una vez más se escogió como piloto a Antonio de Alaminos. Grijalva, escarmentado en cabeza ajena, quiso prevenir cualquier ataque indígena y se hizo acompañar por 4 navíos y 240 hombres. Entre enero y julio de 1518 recorrió detalladamente la costa del Yucatán. Desembarcó en el lugar donde había sido atacada la expedición de Hernández de Córdoba y derrotó a los nativos. En su itinerario halló un gran río. La expedición ascendió su curso y descubrió algo fascinante: una ciudad. Se trataba de la población maya de Potonchan, el dominio del cacique Tabscoob. Era la primera vez que los españoles tomaban contacto directo con la civilización maya.
    Grijalva intentó trabar amistad con Tabscoob. El intercambio de regalos fue sumamente ilustrativo. El capellán de la flota, Juan Díaz, dejó escrita la escena con rasgos muy vivos: “Otro día en la mañana vino el cacique o señor en una canoa, y le dijo al capitán que entrase en la embarcación, luego le dijo a unos indios que vistiesen al capitán con un coselete y unos brazaletes de oro, borceguíes hasta media pierna con adornos de oro, y en la cabeza le puso una corona de oro. El capitán mandó a los suyos que vistiesen al cacique con un jubón de terciopelo verde, calzas rosadas, un sayo, unos alpargates y una gorra de terciopelo”.
    Mucho oro, sí. Y todavía había más –refirieron los mayas- hacia donde el sol se pone, “en Culúa y México”, donde hay un imperio muy poderoso. “Nosotros no sabíamos que cosa era Colúa ni aún México”, anota Bernal Díaz del Castillo, que estuvo en aquella expedición. Era la primera noticia que recibían los españoles sobre el imperio azteca de Moctezuma.
    Cuando escasearon las provisiones, Grijalva decidió regresar a Cuba. En mala hora lo hizo: el gobernador Velázquez, enojado al ver que no había establecido colonia alguna en aquella tierra, ordenó su destitución. Grijalva, humillado y resentido, decidió abandonar Cuba y viajar al Darién para ponerse a las órdenes de Pedrarias Dávila, de quien ya hemos hablado aquí. Así quedaba vacante la plaza de capitán de la siguiente expedición al Yucatán. Y Hernán Cortés cogió la oportunidad al vuelo.
    Algo raro debió de ver el gobernador Velázquez en la manera en que Hernán Cortés preparaba su expedición. Quizá le alarmó el grueso número de la hueste –casi 1.000 hombres entre soldados, marineros e indios- o quizá prestó oído a las voces que, en Cuba, desconfiaban del ambicioso encomendero. El hecho es que Velázquez empezó a acariciar la idea de destituir a Cortés, éste lo supo y, precavido, quemó etapas. De ahí su prisa en zarpar. Cuando la orden de destitución llegó a destino, Hernán Cortés ya navegaba rumbo a Yucatán.
    A Cortés le esperaba una de las odiseas más asombrosas jamás vivida por ser humano alguno. De entrada, los nuestros encontraron a dos supervivientes de antiguos naufragios: Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero.
    NáufragosOcho años antes –aquí lo hemos contado-, después de fundar el asentamiento de Santa María la Antigua del Darién, Balboa envió a La Española un barco para dar cuenta del hecho y entregar el quinto real del botín. Una tormenta llevó el barco a pique. Sólo veinte miembros del pasaje -18 hombres y dos mujeres- lograron salvarse. Lo que les esperaba era un infierno de sal, hambre y sed. Doce murieron en el trayecto. Ocho llegaron vivos a las playas del Yucatán. Pero no estaban salvados: les esperaba el encuentro con tribus hostiles que no dejarían de acosarles. Al cabo de unos meses, sólo dos habían eludido a la muerte. Uno de ellos, Aguilar, se instaló en la isla de Cozumel y desde entonces convivió los nativos. El otro que también se salvó, Guerrero, se integró igualmente en las comunidades mayas del interior. Es poco verosímil que la nueva expedición careciera de noticias sobre ellos; lo más probable es que ya supieran de su existencia, como da a entender Bernal Díaz del Castillo. El hecho es que Cortés decidió enrolarlos en su hueste. A través de un indio intérprete, Melchor, envió cartas a los caciques de los pueblos donde se hallaban los náufragos.
    Jerónimo de Aguilar fue el primero en recibir la carta del capitán. Fue el propio Aguilar quien llevó a Guerrero el segundo mensaje. “Hermano Aguilar –contestó Gonzalo Guerrero-, yo soy casado y tengo tres hijos. Tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras, la cara tengo labrada y horadadas las orejas. ¿Que dirán de mi esos españoles, si me ven ir de este modo? Idos vos con Dios, que ya veis que estos mis hijitos son bonitos, y dadme por vida vuestra de esas cuentas verdes que traéis, para darles, y diré que mis hermanos me las envían de mi tierra”. Guerrero, en efecto, se había convertido ya en un maya y con los mayas permanecería.
    Aguilar, por el contrario, estará junto a Cortés durante toda la conquista. Será su intérprete de lengua maya y, con frecuencia, también su embajador. Fue Aguilar quien condujo a la expedición a su próximo destino: el río Tabasco. Allí sería su primera batalla. La conquista de México había comenzado

sábado, 13 de julio de 2013

La Codicia de los Españoles

  • La codicia de los españoles y la furia de los indios habían destruido el primer asentamiento en La Española. Colón buscaba un nuevo emplazamiento cuando una terrible tempestad cubrió el horizonte.
  • Ya tenemos el mar que faltaba: lo ha encontrado Núñez de Balboa al otro lado del Darién, en el actual Panamá.
    Ahora hay dos preguntas acuciantes. Una: ¿dónde está el paso que permite llegar hasta allí en barco? La otra: ¿cómo navegar desde ese punto hasta las lejanas islas de las especias? 
    Era lo que se estaba buscando desde veinte años atrás y a nadie se le había olvidado. Y menos que a nadie al rey Fernando el Católico, que al fin y al cabo era quien pagaba la fiesta y esperaba obtener rendimiento suficiente de la aventura. En este momento, año 1513, era mucho lo descubierto, pero faltaba completar el mapa con el ansiado paso al extremo oriente. El último intento por encontrarlo había sido el de Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís, entre 1508 y 1509. Recorrieron toda la costa del Caribe y no vieron paso alguno.
    Ahora, con el hallazgo de Núñez de Balboa, se abría una nueva oportunidad. Después de aquella exploración por el Caribe, Vicente Yáñez Pinzón se había retirado voluntariamente de la mar. El propio rey Fernando le había propuesto formar en la expedición de Pedrarias Dávila a Castilla del Oro,pero el veterano navegante declinó la oferta por razones de salud; de hecho, murió poco después. Quedaba vivo y activo el otro protagonista, Juan Díaz de Solís, que desde 1512 ostentaba el cargo de Piloto Mayor de Castilla en relevo del fallecido Américo Vespucio.
    Solís seguía obsesionado por encontrar el paso a oriente. Incluso había planificado un viaje por una ruta alternativa bordeando el continente por el sur. Pero había un problema mayúsculo: tal ruta implicaba explorar tierras portuguesas, y Portugal no lo iba a tolerar. Ahora bien, el hallazgo de Balboa cambiaba las cosas: los tratados con Portugal prohibían a los españoles explorar tierras portuguesas, pero no cruzar sus aguas para llegar a tierras españolas como las descubiertas en Panamá y, desde allí, buscar las islas de las especias. Ese sería ahora el objetivo.
    Solís y el rey Fernando firmaron las capitulaciones en noviembre de 1514. El objetivo era muy claro: “Ir con tres navíos a espaldas de la tierra donde ahora está Pedro Arias, mi capitán general gobernador de Castilla del Oro, y de allí adelante ir descubriendo por las dichas espaldas de Castilla del Oro mil setecientas leguas o más si pudiereis, contando desde la raya o demarcación que va por la punta de la dicha Castilla del Oro adelante, de lo que no se ha descubierto hasta ahora, sin tocar en tierra de Portugal”. Aquello era literalmente sumergirse en lo desconocido, porque nadie sabía aún qué podía haber más al sur –hoy lo sabemos: Argentina–, ni siquiera dónde estaba el supuesto paso al Pacífico, pero era exactamente lo que Solís deseaba hacer. Las capitulaciones añadían precisiones suplementarias: zarpar en septiembre de 1515, hacer el viaje como si no fuera mandato real y, una vez llegados a destino, enviar al rey mapas de la costa.
    Operación secreta
    Los preparativos fueron una auténtica operación secreta. “Habéis de mirar que en esto ha de haber secreto, e que ninguno sepa que Yo mando dar dineros para ello, ni tengo parte en el viaje, hasta la tornada”, había advertido el rey. Solís extremó las precauciones. Escogió a gente de entera confianza, como el veterano piloto Juan de Ledesma. Se encerró en Lepe y desde allí hizo creer a todo el mundo que la expedición era cosa suya. Nadie supo que la Corona le había entregado nada menos que 4.000 ducados de oro. Armó tres naves. Reclutó una tripulación reducida al mínimo: sesenta personas. Hizo acopio de vituallas y bastimentos para largo tiempo: dos años y medio, calculó Solís. Largo viaje el que preparaba. Y después de una avería en la nave capitana, la expedición zarpó de Sanlúcar de Barrameda el 8 de octubre de 1515, con un levísimo retraso sobre el calendario prescrito.
    Los barcos de Solís siguieron la habitual ruta del sur: Canarias, Cabo Verde y cruzar el Atlántico hasta el Brasil. Tocaron el Cabo de San Roque, la punta noreste del subcontinente suramericano, y desde ahí exploraron minuciosamente la costa rumbo sur. Son varios miles de kilómetros de litoral que Solís recorrió palmo a palmo. Tenía muy claro lo que buscaba: cualquier brazo de agua que pudiera conducir al otro lado, a la Mar del Sur, que aún nadie llamaba “Pacífico”. Exploró las islas de San Sebastián (hoy Isla Bella) y de Santa Catalina (hoy Florianópolis). Cada vez que encontraba una bahía, penetraba en ella en busca de un paso. Así llegó a un río tan colosal que sus aguas dulces se vertían varias millas dentro de la mar. Mar Dulce, lo llamó Solís. Era el estuario del Plata, donde vierten sus aguas el Paraná y el Uruguay. Ese río se llamaría Solís durante veinte años.
    Una trampa
    Los nuestros desembarcaron y exploraron detalladamente el litoral. En un puerto natural que bautizaron como Nuestra Señora de la Candelaria –hoy es Punta del Este, en Uruguay– celebraron la ceremonia de toma de posesión de aquellas tierras en nombre del rey de España. Era el mes de febrero de 1516. Remontaron dirección noroeste. Hoy allí están Montevideo y Buenos Aires, pero en la época no había absolutamente nada. Un tripulante, Martín García, falleció a bordo por esos días. Los nuestros desembarcaron en una isla para darle cristiana sepultura. Esa isla todavía hoy se llama de Martín García. Fue precisamente en aquella región, en las islas que cierran la boca del gran estuario, donde la expedición de Solís halló indígenas. ¿Conocerían ellos un paso al otro mar? ¿Incluso sería posible asentar una base estable? Solís y otros siete hombres bajaron a negociar con ellos. Y allí fue donde la aventura se tiñó de sangre.
    Fue, a todas luces, una trampa. Los indios les mostraron objetos de oro. Hicieron gestos como si quisieran negociar. Curiosa actitud: seguramente otros españoles, o más probablemente portugueses, dada la latitud, habían pasado ya por allí; por eso los indios sabían qué cebo utilizar. Solís y sus compañeros se acercaron sin tomar precauciones. El capitán no era un novato: ya había tratado con indígenas en otros lugares. Muy claro debió de verlo cuando botó aquella barca para ir a tierra. Así parece indicarlo su diario de a bordo: “A medida que iban bordeando la costa descubrían ora montañas ora grandes escollos, divisaban también gentes en las playas, y en la orilla del Río de La Plata vieron muchas chozas de indios que, con gran curiosidad, observaban el paso del buque y, con signos, ofrecían los objetos que tenían, depositándolos en el suelo”. El hecho es que, una vez en tierra, apenas tuvieron tiempo de pedir socorro.
    Los indios –eran chandules guaraníes- se abalanzaron sobre ellos. Los mataron a flechazos mientras el resto de la tripulación, desde los barcos, asistía espantada al drama. Una vez muertos, los despedazaron. Allí mismo. Y allí mismo empezaron a devorar a Solís, al factor Marquina, al contador Alarcón y a otros cuatro marineros. Sólo uno de los que habían desembarcado, el grumete Francisco del Puerto, logró zafarse de los indios y escapar a la matanza. Francisco era un niño y los guaraníes sólo comían guerreros; eso le salvó. Pero los expedicionarios, aterrorizados, no se atrevieron a bajar a rescatarle, así que el pobre Francisco tuvo que esperar nada menos que diez años, viviendo entre aquella gente, hasta que otra expedición española le localizó. Volveremos a hablar de él.
    Es fácil imaginar cómo impresionó a los expedicionarios la atroz muerte de Solís y sus compañeros. Caído el capitán, tomó el mando su cuñado Francisco de Torres, que resolvió volver inmediatamente a mar abierto y navegar de regreso a España. Pero si se creían salvados, se engañaban. A la altura de a isla de Santa Catalina, entrada ya la primavera de 1516, uno de los barcos naufragó. Dieciocho hombres consiguieron ganar la playa. Los otros dos barcos, arrastrados por la mar, no pudieron hacer nada por ellos.
    El rey blanco
    Por cierto, que a estos dieciocho supervivientes les esperaba una odisea digna de ser contada. El grupo se dividió. Siete marcharon al norte, donde cayeron presos de los portugueses. Finalmente terminaron en Lisboa. Dos de ellos, Melchor Ramírez y Enrique Montes, darían luego informaciones preciosas que permitirían reanudar la exploración del Plata. Otro grupo de seis quedó vagando por la zona; varios murieron allí. Y los cinco restantes, que seguían con ganas de aventura, se lanzaron a una empresa demencial. Uno del grupo, Alejo García, había escuchado las historias que contaban los indios acerca de una “sierra de plata” gobernada por un “rey blanco”, tierra de inmensa riqueza. Era el Perú, aunque eso nadie aún lo sabía. El hecho es que Alejo y sus compañeros reclutaron a un centenar de nativos y se internaron en las selvas en busca del famoso “rey blanco”.
    Cinco años tardaron en completar la empresa. Era ya 1521 cuando atravesaron el actual Paraguay. Cruzaron la región del Chaco hasta llegar a las primeras estribaciones de los Andes, en lo que hoy es Bolivia. Y allí había, sí, plata, y también oro. Pasaron varios años viviendo entre los indígenas. Los aventureros recogieron un considerable botín y volvieron por donde habían venido. Pero si el camino de ida había sido relativamente tranquilo, el de vuelta iba a ser una tortura. En el Paraguay la expedición sufrió el ataque de los guaraníes. Después, otras tribus enemigas de aquellas, los guaycurúes –que significa “bárbaros” en lengua guaraní- les hostigaron hasta darles muerte. Allí acabó la increíble aventura de Alejo García. No obstante, algunos de los españoles que con él habían marchado lograron salir vivos del trance y llegar de nuevo a Santa Catalina. Serán rescatados ya en 1526 por la expedición de Jofre García de Loaysa. A partir de ese momento, el asunto del “rey blanco” y su “sierra de plata” iba a convertirse en una obsesión para multitud de aventureros.
    Los barcos supervivientes de la expedición de Solís, por su parte, llegaron a Sevilla en septiembre de 1516. Había sido un fracaso patente. Pero al menos se había descubierto el Río de la Plata, que con el tiempo se convertiría en una base logística fundamental. Con todo, la primera noticia que recibió Torres al llegar a puerto fue fulminante: el rey Fernando el católico, que tanto empeño puso en organizar aquel viaje, había muerto en enero de aquel mismo año de 1516, mientras Solís tomaba posesión de Punta del Este. Y la muerte del rey Fernando iba a cambiar algunas cosas importantes en los asuntos de Indias.

sábado, 9 de febrero de 2013

"Cortés" en la XX Feria Internacional del Libro Monterrey 2010

Cortes por Christian Duverger

La Conquista de México toca una fibra muy sensible y arroja una cruda luz sobre la compleja mezcla de la civilización humana. En este encuentro del Viejo y el Nuevo Mundo, choque de una inconmensurable violencia, cada uno ve la barbarie en el otro campo. ¿Cómo leer una cultura en la que se yuxtaponen las hogueras de la Inquisición y el espíritu libre del Renacimiento? ¿Cómo comprender el refinamiento de los aztecas y su práctica del sacrificio humano? ¿Se debe renunciar, por ello, a tratar serenamente la historia de Cortés? No, en absoluto. Por eso el conquistador no puede ser reducido a su negativa leyenda. Su itinerario personal no se limita a los dos años de la Conquista de México, ese lacónico 1519-1521 de los diccionarios. Cortés tiene infancia, deseos, ambiciones, voluntad e inteligencia; conoce tanto el éxito como el fracaso; posee familia, amigos y se debate entre amores complicados; envejece; sus reflexiones profundas chocan con sus preocupaciones más terrenas y cuando ve venir la muerte juzga su época. Christian Duverger perfila en esta biografía a un conquistador nada ordinario. En ruptura con su cultura de origen, Cortés sueña con fundar otro mundo a partir del mestizaje. Sutil, letrado, seductor y refinado; prefiere el gobierno de las mentes a la fuerza bruta que, no obstante, sabe manejar; aprovecha impunemente la debilidad de sus compañeros por la fiebre de oro; sabe analizar y anticipar. La memoria colectiva concibe con dificultad a Cortés como el introductor de la caña de azúcar y el gusano de seda en México o como el explorador del Pacífico que descubre California, que comercia con el Perú, que llega hasta las Filipinas y las ofrece a Carlos V en 1528. Porque nada en esta historia se escribe lineal o serenamente, necesitamos sumergirnos en esta complejidad que gira alrededor de un hombre y de su concepción independentista de la Nueva España.

Hernán Cortés, primer cronista de Indias


Hernán Cortés, primer cronista de Indias

El historiador francés, Christian Duverger, asegura que el autor de 'La historia verdadera de la conquista de la Nueva España' fue el conquistador y no Bernal Díaz del Castillo

El historiador y antropólogo francés,Christian Duverger, profesor de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París, acaba de arrojar una bomba en las tranquilas aguas de la historia de la literatura en español y en la percepción del pasado de españoles y mexicanos. En su libro,Crónica de la eternidad, fruto de 10 años de investigación y presentado el jueves en la capital mexicana, demuestra que Bernal Díaz del Castillo nunca pudo escribir La historia verdadera de la conquista de la Nueva España y que su autor no fue otro que el propio Hernán Cortés como señalan las pruebas reunidas. El cronista-soldado, el testigo crítico de la Corona y de la versión oficial de la historia, el viejo cascarrabias sentimental, obsesionado con la recompensa económica y el reconocimiento de su gloria, el gran periodista de la Conquista de México se desvanecería para dejar su lugar al conquistador. El bachiller de Salamanca, el aventurero renacentista, el señor de la guerra satanizado por la historia, se convertiría así en un líder humanista y, como añade Duverger, “en el verdadero fundador, como dijo Carlos Fuentes de Bernal, de la novela latinoamericana”.
Crónica de la eternidad, escrita como una investigación policial que hace su lectura amenísima –“decidí no enfocar mi mensaje para el mundo académico y sus polémicas sino para el gran público”-, va señalando paso a paso las incongruencias de la Historia verdadera que impiden que Bernal Díaz del Castillo sea su autor. Pero ¿cómo nadie reparó en ellas en todos estos siglos? Duverger responde: “Muchos dudaron, pero la fuerza de los esquemas mentales, de los prejuicios, los disuadió. Yo pertenezco a una escuela de historiadores que fomenta la duda cómo método. Y lo primero que me sorprendió es que Bernal abre su crónica diciendo “terminé de escribirla el 26 de febrero de 1568 en Santiago de Guatemala, sede de la Audiencia (de los Confines)…”, cuando la Audiencia en esos años estaba ¡en Panamá! Nadie revisó eso, ¿por qué mis colegas no lo descubrieron?”
Esa fue la primera pista, pero vendrían más. Por ejemplo, Díaz del Castillo, que hace gala en su crónica de gran intimidad con Cortés durante la Conquista, no es citado por éste en ninguna de sus Cartas de relación ni aparece en ninguna lista de la época de los poco más de 500 hombres que le acompañaron; comienza a escribir a los 84 años lo que sería un caso portentoso de memoria; lo hace para enmendar la plana a la supuesta versión oficial de fray Francisco López de Gómara, pero suHistoria de la conquista de México publicada en Zaragoza en 1552 fue prohibida por la Inquisición al año siguiente y jamás viajó a América; presume de ser un soldado raso pero despliega una gran erudición con citas de clásicos griegos y latinos o de la Biblia impensables en alguien de su condición.
'Crónica de la eternidad' retrata al conquistador como un líder humanista satanizado por la historia
Además, sostiene el historiador francés, un análisis del estilo de la crónica revela que su autor estaba impregnado de prosa latina y construcciones propias del náhuatl, que solo alguien como Cortés, según Duverger, fascinado con México e “inmerso en un proceso de mestizaje pudo dejar que penetraran en su manera de escribir en castellano”. Dos características que coinciden con las Cartas de relación del conquistador.
Duverger va eliminando candidatos a la autoría entre la docena de compañeros de Cortés que sabían leer y escribir –ninguno pudo ser testigo de todo lo relatado- hasta toparse con el conquistador. Crónica de la eternidad, una segunda parte de Cortés, la biografía más reveladora, publicada también en México por Taurus en 2010, comienza a desvelar el misterio al entrar en los años finales de éste cuando vuelve a España, un periodo al que se ha prestado poca atención.
Frente a la idea tradicional de un Cortés aislado y perdedor, el historiador se centra en la etapa (1543-1546) que pasó en Valladolid y descubre a un hombre intelectualmente muy activo, que organiza en su casa una academia en la que se dan cita los notables de la ciudad y se discute sobre temas como “el cronista y el príncipe” o “la historia oral y la historia documentada”.
Duverger acusa a un hijo de Bernal Díaz del Castillo de falsificar la autoría de la crónica
En esos años, asegura Duverger, es cuando el conquistador, que ha visto cómo todas sus cartas al emperador Carlos V “no solo han sido prohibidas sino también quemadas en plaza pública” en 1527, concibe su plan. “Cortés decide que su público es el futuro. Está orgulloso de lo que hizo y es consciente de que la marca que el hombre deja en la tierra es más fugaz que los libros. Si la Corona quiere matar su memoria, borrarle de la historia, él sabe que su aliada es la posteridad”.
Cortés contrata a López de Gómara, a quien confía sus archivos para que escriba la historia oficial –en su testamento dejará dicho que se le paguen 500 ducados por el trabajo- al tiempo que él escribe sus memorias, “inventando al personaje del soldado anónimo con la libertad de un novelista”, dice el historiador, que subraya que la estructura de las dos obras es idéntica.
Cortés muere en 1547, la obra de Gómara es prohibida –“su poseedor corría el riesgo de pagar una multa altísima, equivalente al precio de 20 mulas”- y su manuscrito permanece oculto durante dos décadas. Pero la sublevación de los tres hijos de Cortes en México al frente de los herederos de los conquistadores contra las Leyes de Indias que amenazaban con confiscar sus propiedades en 1566 resucita el texto. La crónica escrita por Cortés viaja a América con intención de convertirse en el gran golpe de efecto que legitime la causa de los primeros criollos. La conspiración fracasa y los hijos del conquistador son detenidos y enviados al exilio. Antes, los hermanos envían “el documento a Guatemala, donde vive Bernal, uno de los pocos supervivientes de la Conquista” y cuya existencia está por primera vez documentada en 1544.
Su hijo, Francisco Díaz del Castillo, afirma Duverger, aprovecharía la oportunidad de mejorar su posición en sus pleitos “convirtiéndose en hijo de héroe”, haciendo modificaciones para incluir el nombre de su padre e incurriendo en flagrantes contradicciones “como criticar algunos párrafos de Gómara que nunca aparecieron en su versión dada a la imprenta” y que solo pudo conocer Cortés. El manuscrito sufriría algunas manipulaciones más hasta su definitiva impresión en Madrid en 1632 con el título que conocemos y la autoría de Bernal.
En la obra de Duverger, Cortés aparece como un héroe y Carlos V como un villano. “Para Cortés, el emperador es un personaje débil, que pasa el tiempo guerreando por Europa. No entiende que en plena era de las exploraciones, de la apertura de nuevas rutas comerciales, se desaproveche la oportunidad. Tras 15 años en Santo Domingo y Cuba, cuando entra en México instala una convivencia diferente a la de la Corona. Impone su visión mestiza y no la genocida que se ha practicado en el Caribe”.
“El México mestizo que conocemos hoy es producto de la visión de Cortés”, afirma el historiador, que espera impaciente la reacción del público de ambos lados del Atlántico a su hallazgo y sueña con que algún día la Historia verdadera se publique bajo el nombre de su verdadero autor: Hernán Cortés.

jueves, 3 de enero de 2013

El domingo de Resurrección de 1513, una expedición al mando de Juan Ponce de León llegó por primera vez a lo que hoy es territorio de Estados Unidos: La Florida. Se cumplen, pues, en la primavera de 2013, los 500 años de aquel descubrimiento, para cuyo festejo, las autoridades norteamericanas, especialmente las del Estado de Florida, han preparado una serie de celebraciones.


El domingo de Resurrección de 1513, una expedición al mando de Juan Ponce de León llegó por primera vez a lo que hoy es territorio de Estados Unidos: La Florida. Se cumplen, pues, en la primavera de 2013, los 500 años de aquel descubrimiento, para cuyo festejo, las autoridades norteamericanas, especialmente las del Estado de Florida, han preparado una serie de celebraciones.

Según le han contado a Monarquía Confidencial, entre los organizadores estadounidense de los actos, que han involucrado en los mismos a distintos sectores de la sociedad, hay cierta extrañeza por lo que consideran un interés de España bastante "moderado" por sumarse a la conmemoración.
En concreto, aún están a la espera de que desde la Casa del Rey se responda a la invitación formulada para que don Juan Carlos viaje a Florida con ese motivo, o para que, si él no puede, lo haga en su nombre alguien de la familia real.
No sería la primera vez que don Juan Carlos acude a Florida, ya que entre sus viajes a ese Estado se encuentra también el que realizaron los reyes, en febrero de 2009 a San Agustín, la ciudad más antigua de Estados Unidos y que tendrá un gran protagonismo en los actos del quinto centenario de la llegada de Ponce de León.
No hay tampoco ninguna previsión de visitas de miembros del Gobierno español, y tan solo se sabe que en mayo, el Juan Sebastián Elcano, el buque escuela de la Armada española, tiene previsto participar en unas regatas de barcos veleros.