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- La codicia de los españoles y la furia de los indios habían destruido el primer asentamiento en La Española. Colón buscaba un nuevo emplazamiento cuando una terrible tempestad cubrió el horizonte.
- Ya tenemos el mar que faltaba: lo ha encontrado Núñez de Balboa al otro lado del Darién, en el actual Panamá.Ahora hay dos preguntas acuciantes. Una: ¿dónde está el paso que permite llegar hasta allí en barco? La otra: ¿cómo navegar desde ese punto hasta las lejanas islas de las especias?Era lo que se estaba buscando desde veinte años atrás y a nadie se le había olvidado. Y menos que a nadie al rey Fernando el Católico, que al fin y al cabo era quien pagaba la fiesta y esperaba obtener rendimiento suficiente de la aventura. En este momento, año 1513, era mucho lo descubierto, pero faltaba completar el mapa con el ansiado paso al extremo oriente. El último intento por encontrarlo había sido el de Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís, entre 1508 y 1509. Recorrieron toda la costa del Caribe y no vieron paso alguno.Ahora, con el hallazgo de Núñez de Balboa, se abría una nueva oportunidad. Después de aquella exploración por el Caribe, Vicente Yáñez Pinzón se había retirado voluntariamente de la mar. El propio rey Fernando le había propuesto formar en la expedición de Pedrarias Dávila a Castilla del Oro,pero el veterano navegante declinó la oferta por razones de salud; de hecho, murió poco después. Quedaba vivo y activo el otro protagonista, Juan Díaz de Solís, que desde 1512 ostentaba el cargo de Piloto Mayor de Castilla en relevo del fallecido Américo Vespucio.Solís seguía obsesionado por encontrar el paso a oriente. Incluso había planificado un viaje por una ruta alternativa bordeando el continente por el sur. Pero había un problema mayúsculo: tal ruta implicaba explorar tierras portuguesas, y Portugal no lo iba a tolerar. Ahora bien, el hallazgo de Balboa cambiaba las cosas: los tratados con Portugal prohibían a los españoles explorar tierras portuguesas, pero no cruzar sus aguas para llegar a tierras españolas como las descubiertas en Panamá y, desde allí, buscar las islas de las especias. Ese sería ahora el objetivo.Solís y el rey Fernando firmaron las capitulaciones en noviembre de 1514. El objetivo era muy claro: “Ir con tres navíos a espaldas de la tierra donde ahora está Pedro Arias, mi capitán general gobernador de Castilla del Oro, y de allí adelante ir descubriendo por las dichas espaldas de Castilla del Oro mil setecientas leguas o más si pudiereis, contando desde la raya o demarcación que va por la punta de la dicha Castilla del Oro adelante, de lo que no se ha descubierto hasta ahora, sin tocar en tierra de Portugal”. Aquello era literalmente sumergirse en lo desconocido, porque nadie sabía aún qué podía haber más al sur –hoy lo sabemos: Argentina–, ni siquiera dónde estaba el supuesto paso al Pacífico, pero era exactamente lo que Solís deseaba hacer. Las capitulaciones añadían precisiones suplementarias: zarpar en septiembre de 1515, hacer el viaje como si no fuera mandato real y, una vez llegados a destino, enviar al rey mapas de la costa.Operación secretaLos preparativos fueron una auténtica operación secreta. “Habéis de mirar que en esto ha de haber secreto, e que ninguno sepa que Yo mando dar dineros para ello, ni tengo parte en el viaje, hasta la tornada”, había advertido el rey. Solís extremó las precauciones. Escogió a gente de entera confianza, como el veterano piloto Juan de Ledesma. Se encerró en Lepe y desde allí hizo creer a todo el mundo que la expedición era cosa suya. Nadie supo que la Corona le había entregado nada menos que 4.000 ducados de oro. Armó tres naves. Reclutó una tripulación reducida al mínimo: sesenta personas. Hizo acopio de vituallas y bastimentos para largo tiempo: dos años y medio, calculó Solís. Largo viaje el que preparaba. Y después de una avería en la nave capitana, la expedición zarpó de Sanlúcar de Barrameda el 8 de octubre de 1515, con un levísimo retraso sobre el calendario prescrito.Los barcos de Solís siguieron la habitual ruta del sur: Canarias, Cabo Verde y cruzar el Atlántico hasta el Brasil. Tocaron el Cabo de San Roque, la punta noreste del subcontinente suramericano, y desde ahí exploraron minuciosamente la costa rumbo sur. Son varios miles de kilómetros de litoral que Solís recorrió palmo a palmo. Tenía muy claro lo que buscaba: cualquier brazo de agua que pudiera conducir al otro lado, a la Mar del Sur, que aún nadie llamaba “Pacífico”. Exploró las islas de San Sebastián (hoy Isla Bella) y de Santa Catalina (hoy Florianópolis). Cada vez que encontraba una bahía, penetraba en ella en busca de un paso. Así llegó a un río tan colosal que sus aguas dulces se vertían varias millas dentro de la mar. Mar Dulce, lo llamó Solís. Era el estuario del Plata, donde vierten sus aguas el Paraná y el Uruguay. Ese río se llamaría Solís durante veinte años.Una trampaLos nuestros desembarcaron y exploraron detalladamente el litoral. En un puerto natural que bautizaron como Nuestra Señora de la Candelaria –hoy es Punta del Este, en Uruguay– celebraron la ceremonia de toma de posesión de aquellas tierras en nombre del rey de España. Era el mes de febrero de 1516. Remontaron dirección noroeste. Hoy allí están Montevideo y Buenos Aires, pero en la época no había absolutamente nada. Un tripulante, Martín García, falleció a bordo por esos días. Los nuestros desembarcaron en una isla para darle cristiana sepultura. Esa isla todavía hoy se llama de Martín García. Fue precisamente en aquella región, en las islas que cierran la boca del gran estuario, donde la expedición de Solís halló indígenas. ¿Conocerían ellos un paso al otro mar? ¿Incluso sería posible asentar una base estable? Solís y otros siete hombres bajaron a negociar con ellos. Y allí fue donde la aventura se tiñó de sangre.Fue, a todas luces, una trampa. Los indios les mostraron objetos de oro. Hicieron gestos como si quisieran negociar. Curiosa actitud: seguramente otros españoles, o más probablemente portugueses, dada la latitud, habían pasado ya por allí; por eso los indios sabían qué cebo utilizar. Solís y sus compañeros se acercaron sin tomar precauciones. El capitán no era un novato: ya había tratado con indígenas en otros lugares. Muy claro debió de verlo cuando botó aquella barca para ir a tierra. Así parece indicarlo su diario de a bordo: “A medida que iban bordeando la costa descubrían ora montañas ora grandes escollos, divisaban también gentes en las playas, y en la orilla del Río de La Plata vieron muchas chozas de indios que, con gran curiosidad, observaban el paso del buque y, con signos, ofrecían los objetos que tenían, depositándolos en el suelo”. El hecho es que, una vez en tierra, apenas tuvieron tiempo de pedir socorro.Los indios –eran chandules guaraníes- se abalanzaron sobre ellos. Los mataron a flechazos mientras el resto de la tripulación, desde los barcos, asistía espantada al drama. Una vez muertos, los despedazaron. Allí mismo. Y allí mismo empezaron a devorar a Solís, al factor Marquina, al contador Alarcón y a otros cuatro marineros. Sólo uno de los que habían desembarcado, el grumete Francisco del Puerto, logró zafarse de los indios y escapar a la matanza. Francisco era un niño y los guaraníes sólo comían guerreros; eso le salvó. Pero los expedicionarios, aterrorizados, no se atrevieron a bajar a rescatarle, así que el pobre Francisco tuvo que esperar nada menos que diez años, viviendo entre aquella gente, hasta que otra expedición española le localizó. Volveremos a hablar de él.Es fácil imaginar cómo impresionó a los expedicionarios la atroz muerte de Solís y sus compañeros. Caído el capitán, tomó el mando su cuñado Francisco de Torres, que resolvió volver inmediatamente a mar abierto y navegar de regreso a España. Pero si se creían salvados, se engañaban. A la altura de a isla de Santa Catalina, entrada ya la primavera de 1516, uno de los barcos naufragó. Dieciocho hombres consiguieron ganar la playa. Los otros dos barcos, arrastrados por la mar, no pudieron hacer nada por ellos.El rey blancoPor cierto, que a estos dieciocho supervivientes les esperaba una odisea digna de ser contada. El grupo se dividió. Siete marcharon al norte, donde cayeron presos de los portugueses. Finalmente terminaron en Lisboa. Dos de ellos, Melchor Ramírez y Enrique Montes, darían luego informaciones preciosas que permitirían reanudar la exploración del Plata. Otro grupo de seis quedó vagando por la zona; varios murieron allí. Y los cinco restantes, que seguían con ganas de aventura, se lanzaron a una empresa demencial. Uno del grupo, Alejo García, había escuchado las historias que contaban los indios acerca de una “sierra de plata” gobernada por un “rey blanco”, tierra de inmensa riqueza. Era el Perú, aunque eso nadie aún lo sabía. El hecho es que Alejo y sus compañeros reclutaron a un centenar de nativos y se internaron en las selvas en busca del famoso “rey blanco”.Cinco años tardaron en completar la empresa. Era ya 1521 cuando atravesaron el actual Paraguay. Cruzaron la región del Chaco hasta llegar a las primeras estribaciones de los Andes, en lo que hoy es Bolivia. Y allí había, sí, plata, y también oro. Pasaron varios años viviendo entre los indígenas. Los aventureros recogieron un considerable botín y volvieron por donde habían venido. Pero si el camino de ida había sido relativamente tranquilo, el de vuelta iba a ser una tortura. En el Paraguay la expedición sufrió el ataque de los guaraníes. Después, otras tribus enemigas de aquellas, los guaycurúes –que significa “bárbaros” en lengua guaraní- les hostigaron hasta darles muerte. Allí acabó la increíble aventura de Alejo García. No obstante, algunos de los españoles que con él habían marchado lograron salir vivos del trance y llegar de nuevo a Santa Catalina. Serán rescatados ya en 1526 por la expedición de Jofre García de Loaysa. A partir de ese momento, el asunto del “rey blanco” y su “sierra de plata” iba a convertirse en una obsesión para multitud de aventureros.Los barcos supervivientes de la expedición de Solís, por su parte, llegaron a Sevilla en septiembre de 1516. Había sido un fracaso patente. Pero al menos se había descubierto el Río de la Plata, que con el tiempo se convertiría en una base logística fundamental. Con todo, la primera noticia que recibió Torres al llegar a puerto fue fulminante: el rey Fernando el católico, que tanto empeño puso en organizar aquel viaje, había muerto en enero de aquel mismo año de 1516, mientras Solís tomaba posesión de Punta del Este. Y la muerte del rey Fernando iba a cambiar algunas cosas importantes en los asuntos de Indias.
sábado, 13 de julio de 2013
La Codicia de los Españoles
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