martes, 21 de junio de 2011

Puerto Rico

19/06/2011
El otro Caribe
Texto de Joaquim Roglan
Fotos de Xavier Gómez
“Isla del Encanto”, se lee en las matrículas de los vehículos de Puerto Rico, Estado Libre Asociado de Estados Unidos. Es el archipiélago tropical que descubrió Colón al nordeste del Caribe. Es la menor de las Antillas Mayores y la más cercana a las costas de Florida. España la dejó perdida y olvidada entre Cuba y Filipinas, y es la gran desconocida de españoles y europeos, que lucharon por una isla que ahora suelen confundir con Costa Rica. Pero Puerto Rico es otro Caribe, otra América y se ha propuesto que el turismo la redescubra Dos hombre conversan a media tarde en actitud relajada en el municipio de Mayagüez
Lo primero que cuentan los puertorriqueños a los forasteros es que en sus islas no hay cielos grises, “todos son azules”, y que tienen playas de siete colores: “Coralinas, volcánicas, blancas, azules, rosadas…”. Lo segundo, que “no somos estadounidenses, ni caribeños, ni hispanos, sino latinoamericanos”. Y tercero, que “somos una mezcla de indios, blancos y negros”. Los indios estaban allí 3.000 años antes de Cristo, hasta que llegaron Colón y el primer negro, que era su traductor.

Los indios taínos llamaban a su isla Borikén, que significa “Tierra de Nuestro Señor Altísimo y Bravo”. Ellos inventaron la palabra barbacoa y tal modo de asar la carne. Los puertorriqueños son gente familiar y festiva. “Tenemos 78 municipios, cada uno con su fiesta local, veinte fiestas nacionales, los carnavales, los Santos Inocentes y los fines de semana, así que casi cada día hay fiesta en algún lugar”. Por eso en Puerto Rico siempre suena alguna música: “Salsa, merengue reggaeton, bolero… Y otras indias y africanas como la bomba, la plena, la jíbara, la trova, los seises y los aguinaldos”, recitan.

De natural parlanchín, los puertorriqueños hablan en su castellano particular, su inglés comercial y su spanglish peculiar, además de con las manos y con su movimiento corporal. Tienen tanta tendencia a comerse las sílabas, que hasta la Real Academia Española ha aceptado que digan y escriban palpueblo en lugar de para el pueblo. Y como también se comen erres, nunca dicen mi amor, sino mi amol. A diferencia de otros países caribeños, presumen de su sistema de ayudas sociales, de que nadie se queda sin comer y de que se invitan y se fían unos a otros, según les va el negocio. “La economía no nos ha chupado el alma. Tenemos más vacas que habitantes, la vida es corta y hay que vivirla”, aconsejan.

Puerto Rico es un enclave estratégico y privilegiado del Caribe. Sin las tragedias y la pobreza de Haití, sin las penurias de Cuba y más próspero que República Dominicana. Cerca de Miami, es la conexión comercial aérea y marítima entre Estados Unidos y Latinoamérica. Pero los atentados del 11-S y el miedo a volar hirieron su negocio aéreo y le restaron turismo estadounidense y canadiense. Como otros países de la zona, llenaron sus islas de hoteles, complejos turísticos y campos de golf entre playas y palmeras, que ahora ofrecen a españoles y europeos con más dinero que los que van al Caribe con pulsera en la muñeca y barra libre.

“Nosotros ofrecemos libertad, viajes, deportes, naturaleza y no encierros en un hotel”, prometen con la tranquilidad que les otorga tener hoteles, paradores y mesones para diversos bolsillos. Además, sus mayores fuentes de riqueza son las nuevas tecnologías estadounidenses que ellos fabrican y exportan a Latinoamérica. Y su potente industria farmacéutica, que elabora y vende la célebre Viagra, cosa que les satisface muy especialmente.
Las islas de la parte atlántica, donde se encuentra una de las espectaculares lagunas bioluminiscentes de Puerto Rico Quizá por todo ello, el puertorriqueño es el ser humano que reparte más tarjetas de visita, después de los japoneses. Con un paro oficial del 17%, quien no tiene faena se la busca. Como el veterano conductor de tanques en Libia que ahora guía a turistas por autopistas como las de Los Ángeles y por carreteras salvajes que suben a parques naturales. El más famoso es El Yunque, tierra india sagrada donde nacen cinco ríos, primera reserva forestal de España cuando reinaba Alfonso XII, único espacio tropical de Estados Unidos y reserva de la biosfera. Es una maravilla de verdes infinitos y un mito nacional.

En esa ruta, la herencia española son restaurantes que anuncian y guisan “pernil y mollejas de pollo” y conviven con las hamburgueserías de sabor americano. La mixtura del estilo de vida indígena, americano y latino se respira en un lugar llamado Barceloneta. Es el centro comercial y el outlet más grande del país. El sueño de los turistas sudamericanos, con las marcas de moda norteamericanas más baratas que en Nueva York. Ideado para reventar tarjetas de crédito, sólo viejas leyendas y alguna teleserie como la de Kunta Kinte recuerdan que ese faraónico espacio de ocio y consumo fue tierra de esclavos que vivían y morían por la caña de azúcar y la piña tropical.

Siempre con el aire acondicionado a tope de frío, los puertorriqueños veneran las cavernas de Río Camuy. Bajo ellas discurre el tercer río subterráneo más grande del mundo. Entre estalagmitas y estalactitas que parecen esculturas fantásticas, en sus más negras y profundas grutas duermen, vuelan y defecan miles de murciélagos. Sus excrementos forman el guano, “que exportábamos a países más desarrollados y lo usaban como abono y en cosméticos”, avisan.

En ese paraíso para espeleólogos de todo el mundo, que también aportó sus sonidos a la película Batman, los nativos cuentan que las cuevas surgieron del mar hace tres millones de años y anuncian que “dentro de millones de años estarán otra vez bajo el mar”. Mientras, en algunas fiestas bailan con máscaras de herencia africana, que expelen a los demonios, y se consuelan con el mamoncillo, una bebida agria y suave que entra fácil.
Una imagen del radiotelescopio del observatorio astronómico de Arecibo, que, además de su función científica, también ha sido escenario de rodaje de algunas película País de contrastes, tiene islotes tan curiosos y sugerentes como el que llaman Caja de Muertos. Cruceros, barcas y avionetas llevan hasta ellos, y son dignos escenarios para teleseries como Perdidos o similares. En algunos no hay nadie y en otros hay hoteles para millonarios. Como el club de golf de Río Grande, que tiene cierto aire de Beverly Hills y sus casas y apartamentos no bajan de cinco millones de dólares. Entre su clientela procedente de Hollywood, hay famosos puertorriqueños como Ricky Martin, Chayanne, Benicio del Toro, Luis Miguel, José Feliciano y los ases nacionales del béisbol, del boxeo y del baloncesto.

No obstante, el deporte favorito de la gente común siguen siendo las peleas legales de gallos salvajes. El gallo de pelea es un icono de Puerto Rico. Como sus loros que hablan. Y como la coqui, una rana del tamaño de una uña que no croa sino canta melodiosamente al final del día. Menos estimados son los monos y micos del valle de Lajas, “una plaga que hay que acabar antes de que ellos acaben con los platanales y cocoteros”. O esos pequeños cuervos antillanos que rondan al turista, uno finge atacarle y los otros le roban la comida del plato. De otro mundo parece el dinoflagelado, un microorganismo de las cuevas y los manglares en las bahías de Mosquito y La Parquera, que de noche emite al mar increíbles luminiscencias de todos los colores.

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