sábado, 25 de diciembre de 2010

Hernan Cortes: Sus Hijos

De su matrimonio con Juana de Zúñiga dejó Cortés un hijo (Martín) y tres hijas (María, Catalina y Juana). Tuvo además cinco hijos naturales. Martín, de doña Marina, La Malinche, Luis de Antonia Hermosillo; Leonor, de Isabel Moctezuma y María de otra india noble.

.Cortés cuidó también de las cuatro hijas de Moctezuma que fueron con él a España: "las dotó generosamente y las casó con nobles castellanos".
(Madariaga. pag. 615;
Bernal Díaz. pag. 590, 626;
Lee Marks. pags. 362,366-367)...

"...Aprovechó Cortés su estancia en Europa para regularizar la situación religiosa de los hijos "naturales" que había tenido. Envió a Roma a Juan de Herrada para entrevistarse con el Papa Clemente VII, y de él obtuvo un decreto por el que declaraba hijos legítimos a Martín y a Luis, el tenido con Marina y el que tuvo con la hija de Moctezuma. El mismo volvió a contraer matrimonio con Doña Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga, hija de Don Carlos Arellano, conde de Aguilar y sobrinade Don Alvaro de Zúñiga, duque de Bejar. "Era agraciada, simpática y fértil"....

"Durante la Conquista, Hernán Cortés recibió en diversas ocasiones ricos presentes y mujeres como ofrenda, inclusive hijas de algunos caciques, "algunas de fermosos cuerpos para ser indias y otras muy espantables" (cita él mismo en las Cartas de Relación). Una de estas mujeres fue Malitzin o la Malinche, joven princesa india que le sirvió de traductora y a quien él llamaba cariñosamente "Mi lengua"


No habían aún empezado la conquista del Anahuac, cuando Hernán Cortés recibió de los caciques de Tabasco, según cuenta Bernal Díaz del Castillo, además de mantas y de objetos de oro, «veinte mujeres, y entre ellas una muy excelente mujer que se dijo doña Marina». Cortés aceptó el obsequio, y pocos días después el padre Olmedo las bautizó, después de haberlas predicado con ayuda de un intérprete «muchas buenas cosas de nuestra santa fe». Entonces Cortés repartió estas primeras cristianas de la Nueva España entre sus capitanes, y a doña Marina, «como era de buen parecer y entremetida y desenvuelta, dio a Alonso Hernández Puertocarrero que... era muy buen caballero, primo del conde de Medellín; y desque fue a Castilla el Puertocarrero, estuvo la doña Marina con Cortés e d'ella hubo un hijo, que se dijo Martín Cortés, que andando el tiempo fue comendador de Santiago». Doña Marina, que era, según Camargo, hermosa como diosa, era hija de los caciques de Painala, a ocho leguas de la villa de Guacaluco. Huérfana de padre, la madre casó con otro cacique y tuvieron un hijo, el que deseaban que fuese el heredero. Con este fin dieron la niña a unos indios de Xicalango y dijeron que era muerta, haciendo pasar como su cadáver el de la hija de una esclava. Doña Marina fue la amante de Cortés, su fiel consejera y su intérprete. Andando los años, en 1523, volvió a su pueblo con Cortés; estando allí «vino la madre, y su hija, y el hermano, y conocieron que claramente era su hija porque se le parecía mucho. Tuvieron miedo d'ella, que creyeron que los enviaba a llamar para ´matarlos, y lloraban, y así que los vido llorar la doña Marina, los consoló y dijo que no hubiesen miedo, que cuando la trapusieron con los de Xicalango que no supieron lo que hacían y se lo perdonaba... y que Dios le habla hecho mucha merced en quitarla de adorar ídolos agora y ser cristiana, y tener un hijo de su amo y señor Cortés, y ser casada con un caballero como era su marido, Juan Jaxamillo». No hay necesidad de insistir en la importancia que tuvo doña Marina en la conquista de México.

El mismo hecho tuvo lugar en otras ciudades, con curiosas variantes. En Cempoal, los indios dijeron a Cortés que «puesto éramos ya amigos -seguimos fielmente a Bérnal Diaz del Castillo-, que nos quieren tener como hermanos, que será bien tomásemos de sus hijas y parientas para hacer generación; y para que más fijas sean las amistades trujeron ocho indias, hijas todas de caciques, y dieron a Cortés una de aquellas cacicas, y era sobrina del mismo cacique gordo, y otra dieron a Alonso Hernández Puertocarrero, y era hija de otro gran cacique que se decía Cuesco en su lengua; y traíanlas vestidas a todas ocho con ricas camisas de la tierra y bien ataviadas a su usanza, y cada una de ellas un collar de oro al cuello, y en las orejas cercillos de oro, y venían acompañadas de otras indias para se servir d'ellas. Cuando el cacique gordo las presentó, dijo a Cortés: "Tecle (que quiere decir en su lengua señor), estas siete mujeres son para los capitanes que tienes, y ésta, que es mi sobrina, las para ti, que es señora de pueblos y vasallos. " Cortés las recibió con alegre semblante y les dijo que se lo tenían en merced; mas para tomallas... hay necesidad que no tengan aquellos ídolos en que creen y adoran.... que no les sacrifiquen... y que habían de ser limpios de sodomías, porque tenían muchachos vestidos con hábitos de mujeres que andaban a ganar en aquel maldito oficio». Gómara, en cambio, escribe que «Cortés recibió el don con mucho contentamiento, por no enojar al dador.» De todos modos, días después se celebró una misa, en la cual se bautizaron a las ocho indias. «Se llamó a la sobrina del cacique gordo doña Catalina, y era muy fea; aquélla dieron a Cortés por la mano, y la recibió con buen semblante; a la hija de Cuesco, que era un gran cacique, se puso por nombre doña Francisca; ésta era muy hermosa para ser india y la dio Cortés a Alonso Hernández Puertocarrero; las otras seis ya no se me acuerda el nombre de todas, más sí que Cortés las repartió entre los soldados.»

La paz con los caciques de Tlaxcala, Maseescassi y Xicotenga se selló de la misma forma. «Otro día vinieron los mismos caciques viejos y trujeron cinco indias hermosas, doncellas y mozas, y para ser indias eran de buen parecer y bien ataviadas y traían para cada india otra moza para su servicio, y todas eran hijas de caciques, y dijo Xicotenga a Cortés: Malinche, ésta es mi hija, y no ha sido casada, que es doncella; tomadla para vos; la cual le dio la mano, y las demás que las diese a los capitanes.» Ixtlililxochilt dice que le dio sus dos hijas, Tecuiloatzin, que después recibió el nombre de doña Luisa, y Tolquequetzaltzin. Cortés siguió la misma política: antes de aceptarlas hizo derribar los ídolos, plantar una cruz y hacer decir una misa, en la que se bautizaron aquellas cacicas. Según Diaz del Castillo, «se puso por nombre a la hija del Xicotenga doña Luisa, y Cortés la tomó por la mano y, la dio a Pedro de Alvarado, y dijo a Xicotenga que aquél la daba era su hermano y su capitán y que lo hubiese por bien, porque sería dél muy bien tratada... ; y a la hija o sobrina de Xaseescassi se puso por nombre doña Elvira, y era muy hermosa y paréceme que la dio a Juan Velázquez de León; y a las demás se pusieron nombres de pila, y todas con dones, y Cortés las dio a Cristóbal de Olí, Gonzalo de Sandoval y Alonso de Ávila».

De doña Luisa tuvo Pedro de Alvarado «siendo soltero» un hijo llamado don Pedro y una hija llamada doña Leonor, de la que escribía el mestizo Garcilaso de la Vega que fue mujer de «don Francisco de la Cueva, buen caballero, primo del duque de Alburquerque, e ha habido en ella cuatro o cinco hijos muy buenos caballeros; y aquesta señora doña Leonor es tan excelente señora, en fin, como hija de tal padre, que fue comendador de Santiago, adelantado y gobernador de Guatemala, y que es el que fue al Perú con gran armada, y por parte del Xicotenga, gran señor de Tlaxcala».

En este plan siguió Cortés su conquista por México. Cuando llegó a la capital, Moctezuma le hizo un presente de oro, plata, mantas o indias, según Oviedo, y después se informó por los intérpretes de las necesidades y de la calidad de cada uno de los españoles, y los hizo proveer de todo, «assí como de mujeres de servicio como de cama». Pero todavía debía de haber guerreros a los que faltara compañía, pues es significativo lo que cuenta Bernal Díaz del Castillo de sí mismo. Entonces Moctezuma era ya prisionero. Ello es lo que sigue. «Y como en aquel tiempo era yo mancebo, y siempre estaba en su guarda o pasaba delante dél, con muy grande acato le quitaba mi bonete de armas, y aún le había dicho el paje Ortegui que le quería demandar a Montezuma que me hiciese merced de una india hermosa, y como lo supo el Montezuma, me mandó llamar y me dijo: Bernal Díaz del Castillo, hánme dicho que tenéis motolinea (pobreza) de oro y ropa, y yo os mandaré dar hoy una buena moza; tratadla muy bien, que es hija de hombre principal, y también os darán oro y mantas ... » Añade: «Y entonces alcanzamos a saber que las muchas mujeres que tenía por amigas casaba de ellas con sus capitanes o personas principales muy privados, y aun de ellas dio a nuestros soldados, y la que me dio a mí era una señora de ellas, que se dijo doña Francisca.»

El mismo Moctezuma un buen día le dijo a Cortés también. «Mira Malinche, que tanto os amo que os quiero dar a una hija mía muy hermosa para que os caséis con ella y que la tengáis por legítima mujer.» Cortés, como buen caballero, le manifestó que estaba casado, y que como cristiano no podía tener más que una mujer legítima; pero diplomáticamente aceptó el ofrecimiento y le dijo «que él la tendría en aquel grado que hija de tan gran señor merece». Pero antes de nada hizo que la purificaran las aguas del bautismo.



En la lista de los conquistadores de México presentada por Orozco y Berra figuran entre los que vinieron con Cortés ocho mujeres, aparte de doña Marina, y cuatro entre los acompañantes de Pánfilo Narváez; pero, sin embargo, en la lista de varones se da noticia de hombres casados con mujeres que no figuran en la lista. Así sucede con el ballestero Juan Barro, primer marido de doña Leonor de Solís; con Alonso Rodríguez, sin que se diga quién era su esposa; con Lorenzo Suárez, portugués, llamado el viejo, que mató a su mujer y murió fraile; con Juan Tirado, marido de Andrea Ramírez; con Antonio de Villarreal, casado con Isabel de Ojeda, y con Villafuerte, esposo de una parienta de la primera esposa de Hernán Cortés.

La forma más corriente de unión de los españoles y las indias aztecas fue el concubinato, las más de las veces fecundo. El caso más célebre fue el del marinero Álvaro, que en obra de tres años tuvo treinta hijos de las indias; lo mataron los indígenas en Las Higueras, que si no, Dios sabe los que hubiera tenido.

Como los mestizos y los indios eran en 1553 más numerosos que los blancos, se justifica la preocupación del primer virrey, don Luis de Velasco, de que se rebelaran. El virrey Enríquez, en carta dirigida a Felipe 11, de 9 de enero de 1574, dice así: «Sola una cosa va cada día poniéndose en peor estado, y si Dios y vuestra majestad no lo remedian, temo que venga a ser la perdición desta tierra, y es el crecimiento grande en que van los mulatos, que de los mestizos no hago tanto caudal, aunque hay muchos entre ellos de ruin vivienda y de ruines costumbres, mas al fin son hijos de españoles y todos se crían con sus padres, que, como pasen de cuatro o cinco años, salen de poder de las indias y siempre han de seguir el bando de los españoles, como la parte de que ellos más se honran.»
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La conquista de la provincia de los Caracas se hizo por los hermanos Faxardos, mestizos, hijos de una india señora de la misma provincia.


La primera generación de mestizos peruanos tuvo una gran importancia social y cultural. Un canónigo de Cuzco dio lecciones de gramática latina a docena y media de muchachos mestizos nobles y ricos, entre los que se destaca Garcilaso de la Vega, el Inca, historiador de su patria y el mejor prosista de América. El tal canónigo, viendo su aplicación, ingenio y habilidad, les decía: «¡Oh, hijos, y cómo quisiera ver una docena de vosotros en la Universidad de Salamanca!»

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